CUENTOS

COMPARTIENDO LA LUZ

Hu-Song, filósofo de Oriente, contó a sus discípulos la siguiente historia:
«… Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada. Pasó algún tiempo, y uno de ellos logró encender una pequeña tea. Pero la luz que daba era tan escasa que aun así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendieran su propia tea y así compartiendo la llama con todos la caverna se iluminó».
Uno de los discípulos preguntó a Hu-Song: ¿Qué nos enseña, maestro, este relato?
Y Hu-Song contestó: Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario la hace crecer

CUANDO LA FRUTA NO ALCANCE

Una vez un grupo de tres hombres se perdieron en la montaña, y había
solamente una fruta para alimentarlos a los tres, quienes casi desfallecían
de hambre. Se les apareció entonces Dios y les dijo que probaría su
sabiduría y que dependiendo de lo que mostraran les salvaría. Les preguntó
entonces Dios qué podían pedirle para arreglar aquel problema y que todos
se alimentaran.

El primero dijo: «Pues aparece mas comida», Dios contestó que era una
respuesta sin sabiduría, pues no se debe pedir a Dios que aparezca
mágicamente la solución a los problemas sino trabajar con lo que se tiene.

Dijo el segundo entonces: «Entonces haz que la fruta crezca para que sea
suficiente», a lo que Dios contestó que No, pues la solución no es pedir
siempre multiplicación de lo que se tiene para arreglar el problema, pues
el ser humano nunca queda satisfecho y por ende nunca sería suficiente.

El tercero dijo entonces: «Mi buen Dios, aunque tenemos hambre y somos
orgullosos, haznos pequeños a nosotros para que la fruta nos alcance».
Dios dijo: «Has contestado bien, pues cuando el hombre se hace humilde y
se empequeñece delante de mis ojos, verá la prosperidad».

Saben, se nos enseña siempre a que otros arreglen los problemas o a buscar
la salida fácil, siempre pidiendo a Dios que arregle todo sin nosotros
cambiar o sacrificar nada. Por eso muchas veces parece que Dios no nos
escucha pues pedimos sin dejar nada de lado y queriendo siempre salir
ganando. Muchas veces somos egoístas y siempre queremos de todo para
nosotros.

Seremos felices el día que aprendamos que la forma de pedir a Dios es
reconocernos débiles, y ser humildes dejando de lado nuestro orgullo. Y
veremos que al empequeñecernos en lujos y ser mansos de corazón veremos la
prosperidad de Dios y la forma como El SI escucha.

Pídele a Dios que te haga pequeño… Haz la prueba!!!!

LAS GALLETITAS

LAS GALLETITAS

Una Chica estaba aguardando su vuelo en una sala de espera de un gran aeropuerto. Como debía esperar un largo rato, decidió comprar un libro y también un paquete con galletitas.
Se sentó en una sala del aeropuerto para poder descansar y leer en paz.

Asiento de por medio, se ubicó un hombre que abrió una revista y empezó a leer. Entre ellos quedaron las galletitas.
Cuando ella tomó la primera, el hombre también tomó una. Ella se sintió indignada, pero no dijo nada.

Apenas pensó:

– «¡ Qué descarado; si yo estuviera más dispuesta, hasta le daría un golpe para que nunca más se olvide!».

Cada vez que ella tomaba una galletita, el hombre también tomaba una. Aquello la indignaba tanto que no conseguía concentrarse ni reaccionar. Cuando quedaba apenas una galletita, pensó: «¿qué hará ahora este abusador?»

Entonces, el hombre dividió la última galletita y dejó una mitad para ella. Ah! No!. Aquello le pareció demasiado!. ¡ Se puso a bufar de la rabia!. su libro y sus cosas y se dirigió al sector del embarque.

Cuando se sentó en el interior del avión, miró dentro del bolso… Para su sorpresa, allí estaba su paquete de galletitas!! … .intacto, cerradito!!.

Sintió tanta vergüenza!. Sólo entonces percibió lo equivocada que estaba. Había olvidado que sus galletitas estaban guardadas dentro de su bolso!. El hombre había compartido las suyas sin sentirse indignado, nervioso, consternado o alterado.

Pero ya no había tiempo ni posibilidades para explicar o pedir disculpas. Pero sí para razonar:¿Cuántas veces en nuestra vida sacamos conclusiones cuando debiéramos observar mejor?

¿Cuántas cosas no son exactamente como pensamos acerca de las personas?. Y recordó que existen cuatro cosas en la vida que no serecuperan:

Una piedra, después de haber sido lanzada;

Una palabra, después de haber sido proferida;

Una oportunidad, después de haberla perdido;

El tiempo, después de haber pasado

LA ISLA DE LOS SENTIMIENTOS

Erase una vez una isla donde habitaban todos los sentimientos: la Alegría, la Tristeza y muchos más, incluyendo el Amor. Todos los sentimientos estaban allí. A pesar de los roces naturales de la convivencia, la vida era sumamente tranquila, hasta previsible. A veces, la Rutina hacía que el Aburrimiento se quedara dormido, o el Impulso armaba algún escándalo; otras veces, la Constancia y la Convivencia lograban aquietar al Descontento.
Un día, inesperadamente para todos los habitantes de la isla, el Conocimiento convocó una reunión. Cuando por fin la Distracción se dió por enterada y la Pereza llegó al lugar de encuentro, todos estuvieron presentes. Entonces, el Conocimiento dijo:
– “Tengo una mala noticia para darles… la isla se hunde…»
Todas las emociones que vivían en la isla dijeron:
– “¡No! … ¿como puede ser? …¡Si nosotros vivimos aqui desde siempre!!!!”
Pero el Conocimiento repitió:
– “La isla se hunde”
– ¡Pero no puede ser!!! Quizás estás equivocado!!!”
– “El Conocimiento nunca se equivoca -dijo la Conciencia, dandose cuenta de la verdad-. Si él dice que se hunde, debe ser por que se hunde”.
– “Pero… ¿Qué vamos a hacer ahora????” -preguntaron los demás.
Entonces el Conocimiento contestó:
– “Por supuesto, cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo les sujiero que busquen la manera de abandonar la isla…. Construyan un barco, un bote, una balsa o algo que les permita irse, porque el que permanezca en la isla, desaparecerá con ella”.
-“¿No podrías ayudarnos?”, preguntaron todos, porque confiaban en su capacidad.
– “¡No ! -dijo el Conocimiento-, la Previsión y yo hemos construído un avión y en cuanto termine de decirles esto, volaremos hacia la isla más cercana…”
Las emociones dijeron:
– “¡No! ¡Pero no! ¿Qué será de nosotros???”
Dicho esto, el Conocimiento se subió al avión con su socia y, llevando de polizón al Miedo, que no es zonzo y ya se había escondido en el motor, dejaron la isla.
Todas las emociones, en efecto, se dedicaron a construir un bote, un barco, un velero…Todas… Salvo el Amor.
Porque el amor estaba tan relacionado con cada cosa de la isla que dijo:
– “Dejar esta isla… después de todo lo que viví aquí… ¿Cómo podría yo dejar este arbolito, por ejemplo? Ahhh…. Compartimos tantas cosas…”
Y mientras las emociones se dedicaban a fabricar el medio de irse, el Amor se subía a cada árbol, olió cada rosa, se fué hasta la playa y se revolcó en la arena como solía hacer en otros tiempos. Tocó cada piedra…y acarició cada rama…
Al llegar a la playa, excatamente al lugar desde donde el sol salía, su lugar favorito, quiso pensar con esa ingenuidad que tiene el amor:
-«Quizás la isla se hunda por un ratito… y después resurja…. porqué no???»
Y se quedó días y días midiendo la altura de la marca, para revisar si el proceso de hundimiento no era reversible… Pero la isla se hundía cada vez más…
Sin embargo, el Amor no podia pensar en construir nada, porque estaba tan dolorido que sólo era capaz de llorar y gemir por lo que perdería. Se le ocurrió entonces que la isla era muy grande y que, aún cuando se hundiera un poco, él siempre podría refugiarse en la zona más alta…. Cualquier cosa era mejor que tener que irse. Una pequeña renuncia nunca había sido un problema para él…
Así que una vez mas, tocó las piedrecitas de la orilla … y se arrastró por la arena… y otra vez se mojó los pies en la pequeña playa… que otrora fuera enorme…
Luego, sin darse cuenta demasiado de su renuncia, caminó hacia la parte norte de la isla, que si bien no era la que más le agradaba, era la más elevada…
Y la isla se hundía cada día un poco más…. Y el Amor se refugiaba cada día en un lugar más pequeño…
– “Después de tantas cosas que pasamos juntos!!!!- le reprochó a la isla.
Hasta que, finalmente, solo quedó una minúscula porción de suelo firme; el resto había sido tapado completamente por el agua.
Recién en ese momento, el amor se dió cuenta de que la isla se estaba hundiendo de verdad. Comprendió que, si no dejaba la isla, el amor desaparecería para siempre de la faz de la tierra…
Entonces, caminando entre senderos anegados y saltando enormes charcos de agua, el amor se dirigió a la bahía.
Ya no había posibilidades de construirse una salida como la de todos; había perdido demasiado tiempo en negar lo que perdía y en llorar lo que desaparecía poco a poco ante sus ojos…
Desde allí podría ver pasar a sus compañeras en las embarcaciones. Tenía la esperanza de explicar su situación y de que alguna de ellas lo comprendiera y lo llevara.
Buscando con los ojos en el mar, vio venir el barco de la Riqueza y le hizo señas. Se acercó la Riqueza que pasaba en un lujoso yate y el Amor dijo:
– «Riqueza llévame contigo! … Yo sufrí tanto la desaparición de la isla que no tuve tiempo de armarme un barco»
La Riqueza contestó:
– «No puedo, hay mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti, lo siento» y siguió camino, sin mirar atrás…
Le pidió ayuda a la Vanidad, a la que vió venir en un barco hermoso, lleno de adornos, caireles, mármoles y florecitas de todos los colores, que también venia pasando:
– «Vanidad» por favor ayúdame».
y la Vanidad le respondió:
– «Imposible Amor, es que tienes un aspecto!!!!…¡ Estás tan desagradable!!! tan sucio, y tan desaliñado!!!!… perdón pero afearías mi barco…”- y se fue.
Pasó la Soberbia, que al pedido de ayuda contestó:
– «Quítate de mi camino o te paso por encima!».
Como pudo, el Amor se acerco al yate del Orgullo y, una vez mas, solicito ayuda.
La respuesta fue una mirada despectiva y una ola casi lo asfixia.
Entonces, el Amor pidió ayuda a la Tristeza:
– «¿Me dejas ir contigo?».
La Tristeza le dijo:
– «Ay Amor, tu sabes que estoy taaaan triste que cuando estoy así prefiero estar sola»
Pasó la Alegría y estaba tan contenta que ni siquiera oyó al Amor llamarla.
Desesperado, el Amor comenzó a suspirar, con lágrimas en sus ojos. Se sentó en el pedacito de isla que quedaba, a esperar el final… De pronto, el Amor sintío que alguien chistaba:
– » Chst- Chst- Chst…»
Era un desconocido viejito que le hacía señas desde un bote a remos. El Amor se sorprendió:
– «¿Es a mi?»- preguntó, llevándose una mano al pecho.
– “Sí, sí -dijo el viejito-, es a tí. Ven, sube a mi bote, rema conmigo que yo te salvo”.
El Amor lo miró y le quiso explicar…
-«lo que pasó, es que yo me quedé…
– «Ya entiendo» -dijo el viejito sin dejarlo terminar la frase- “Sube!”.
El amor subió al bote y juntos empezaron a remar para alejarse de la isla. No pasó mucho tiempo antes de poder ver como el último centímetro de la isla se hundía y desaparecía para siempre…
– “Nunca volverá a existir una isla como esta! – murmuró el amor, quizás esperando que el viejito lo contradijera y le dira alguna esperanza.
– “No -dijo el viejo- como ésta, nunca; en todo caso, diferentes …!
Cuando llegaron a la isla vecina, el Amor se sentía tan aliviado que olvidó preguntarle su nombre. Cuando se dio cuenta y quiso agradecerle, el viejito había desaparecido. Entonces el Amor, muy intrigado, fué en busca de la Sabiduría para preguntarle:
– “¿Cómo puede ser? Yo no lo conozco y él me salvó… Todos los demás no comprendían que hubiera quedado sin embarcación, pero él me salvó, me ayudó y yo ahora, no sé ni siquiera quién es…”
Entonces la Sabiduría lo miró largamente a los ojos, y le dijo:
-«Es el único capaz de conseguir que el amor sobreviva cuando el dolor de una pérdida le hace creer que es imposible seguir. Es el único capaz de darle una nueva oportunidad al amor cuando parece extinguirse. El que te salvó, Amor, es El Tiempo….

EL ÁGUILA Y EL HALCÓN

Cuenta una leyenda de los indios sioux que una vez llegaron hasta la tienda del viejo brujo, tomados de la mano, Toro Bravo, el guerrero y Nube Alta, la hija del cacique.
– Nos amamos -empezó el joven.
– Y nos vamos a casar -dijo ella.
– Queremos un hechizo, un conjuro, algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos -dijeron los jóvenes al unísono.
– Hay algo que puedo hacer por vosotros, pero es una tarea muy difícil y sacrificada -dijo el brujo tras una larga pausa.
– No importa -dijeron los dos.
– Entonces -dijo el brujo- Nube Alta, sin más armas que una red y tus manos, subirás al monte y cazarás al halcón más vigoroso. Tráemelo vivo el tercer día de luna llena … Y tú, Toro Bravo -prosiguió el anciano- tú debes traer de la montaña más alta a la más valiente de las águilas, y traerla viva sin ninguna herida.
Los jóvenes asintieron en silencio y, después de mirarse con ternura, partieron. El día establecido por el brujo, los jóvenes llegaron a su tienda con dos grandes bolsas de tela que contenían las aves solicitadas. El viejo les pidió que, con mucho cuidado, las sacaran de las bolsas. Eran sin duda las aves más hermosas de su estirpe.
– Ahora -dijo el brujo- atad entre sí a las aves por las patas con estas tiras de cuero. Después soltadlas y dejad que intenten volar. El águila y el halcón intentaron levantar el vuelo, pero sólo consiguieron revolcarse en el suelo. Irritadas por su incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí.
– Éste es el conjuro. Jamás olvidéis lo que habéis visto hoy. Vosotros sois como el águila y el halcón… si os atáis el uno al otro, aunque sea por amor, viviréis arrastrándoos y, tarde o temprano, os haréis daño el uno al otro. Si queréis que vuestro amor perdure volad juntos pero jamás atados

LA HISTORIA DE PEPE

Pepe era el tipo de persona que te encantaria ser. Siempre estaba de buen humor y siempre tenia algo positivo que decir. Cuando alguien le preguntaba como le iba, el respondia: «Si pudiera estar mejor, tendria un gemelo». Era un Gerente unico porque tenia varias meseras que lo habian seguido de restaurante en restaurante. La razon por la que las camareras seguian a Pepe era por su actitud. El era un motivador natural: si un empleado tenia un mal dia, Pepe estaba ahi para decirle al empleado como ver el lado positivo de la situacion.
Ver este estilo realmente me causó curiosidad. Asi que un dia fui a buscar a PEPE y el pregunte:
No lo entiendo… no es posible ser una persona positiva todo el tiempo ¿Como lo haces?…
Pepe respondio: «Cada manana me despierto y me digo a mi mismo, Pepe, tienes dos opciones hoy: Puedes escoger estar de buen humor o puedes escoger estar de mal humor. Escojo estar de buen humor». «Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una victima o aprender de ello. Escojo aprender de ello». «Cada vez que alguien viene a mi para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo senalarle el lado positivo de la vida. Escojo el lado positivo de la vida».
Si, claro, pero no es tan facil, proteste.
«Si lo es», dijo Pepe. «Todo en la vida es acerca de elecciones cuando quitas todo lo demas, cada situacion es una eleccion». «Tu eliges como reaccionas ante cada situacion, tu eliges como la gente afectara tu estado de animo, tu eliges estar de buen humor o de mal humor». «En resumen, TU ELIGES
COMO VIVIR LA VIDA».
Reflexioné en lo que Pepe me dijo… Poco tiempo despues, dejé la industria hotelera para iniciar mi propio negocio. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Pepe, cuando tenía que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar contra ella.
Varios años más tarde, me enteré que Pepe hizo algo que nunca debe hacerse en un negocio de restaurante; dejó la puerta de atrás abierta y una mañana fue asaltado por tres ladrones
armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano temblando por el nerviosismo, le resbaló la combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon. Con mucha suerte, Pepe fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una Clínica. Después de ocho horas de cirugía y
semanas de terapia intensiva, Pepe fue dado de alta, aún con fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con Pepe seis meses después del accidente y cuando le pregunté cómo estaba, me respondió: «Si pudiera estar mejor, tendria un gemelo».
Le pregunte que paso por su mente en el momento del asalto. Contesto:
“Lo primero que vino a mi mente fue que debia haber cerrado con llave la puerta de atras. Cuando estaba tirado en el piso, recorde que tenia dos opciones: Podia elegir vivir o podia elegir morir. Elegi vivir».
¿No sentiste miedo? Le pregunté.
Pepe continuó: «Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien. Pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en las caras de los medicos y enfermeras, realmente me asusté. Podía leer en sus ojos: Es hombre muerto. Supe entonces que debia tomar una decision.
¿Que hiciste? pregunté.
«Bueno, uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y respirando profundo grite: – ¡Si, a las balas! – Mientras reian, les dije: estoy escogiendo vivir, opérenme como si estuviera vivo, no muerto».

Pepe vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su asombrosa actitud. Aprendió que cada dia tenemos la elección de vivir plenamente; la ACTITUD, al final, lo es todo

EL CAMPESINO CHINO Y SU HIJO

ANTIGUO CONSEJO CHINO

Había una vez un campesino chino, pobre pero sabio, que trabajaba la tierra duramente con su hijo. Un día el hijo le dijo:
-¡Padre, qué desgracia! Se nos ha ido el caballo.
-¿Por qué le llamas desgracia? – respondió el padre – veremos lo que trae el tiempo…
A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo.
-¡Padre, qué suerte! – exclamó esta vez el muchacho – Nuestro caballo ha traído otro Caballo.
– Por qué le llamas suerte? – repuso el padre – Veamos qué nos trae el tiempo.
En unos cuantos días más, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no acostumbrado al jinete, se encabritó y lo arrojó al suelo.
El muchacho se quebró una pierna. -¡Padre, qué desgracia! – exclamó ahora el muchacho – ¡Me he quebrado la pierna!
Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció: -¿Por qué le llamas desgracia? Veamos lo que trae el tiempo! El muchacho no se convencía de la sino que gimoteaba en su cama.
Poc os días después pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jóvenes para llevárselos a la guerra. Vinieron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo.
El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.

En realidad, la vida da tantas vueltas, y es tan paradójico su desarrollo, que lo malo se hace bueno y lo bueno, malo. Lo mejor es aceptar el presente, “rendirse a lo que es”, aquí y ahora … el mañana vendrá y, muy probablemente, aquello que ahora pueda parecerte duro, o difícil, o doloroso y oscuro … brotará en forma de fortaleza, madurez, armonía, bienestar y luz … porque todo sucede con un propósito evolutivo para nuestras vidas… En muchos aspectos, nuestra vida es como la de ese joven muchacho chino. Deja de lamentarte amig@, acepta lo que es, ten una actitud abierta a lo que venga, sé feliz con lo que tienes aquí y ahora … el destino te entregará, cuando él lo crea oportuno, lo bueno y lo malo que tu te merezcas

DIOS EXISTE

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba, como es costumbre.

En estos casos entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas. De pronto, tocaron el, tema de Dios.

El barbero dijo: “Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.”

“Pero, por qué dice usted eso?” – pregunta el cliente.

“Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O… dígame, acaso si Dios existiera, habría tantos enfermos? Habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.”

El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión.

El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio.

Recién abandonaba la barbería, vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo; al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.

Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero.

“Sabe una cosa? Los barberos no existen”.

“Cómo que no existen?” -pregunta el barbero-.

“Si aquí estoy yo y soy barbero”. – “No!” -dijo el cliente-, “no existen, porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle”.

“Ah, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mi”.

“Exacto!” -dijo el cliente-. “Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria”

EL CIENTÍFICO Y LA ROSA

Se trataba de un científico serio. No de un guitarrero. Le habían pedido que estudiara los problemas de una planta de rosa que estaba pasando por dificultades en su período de floración.
Tomó las cosas muy en serio. Primero estudió la tierra. Descubrió que estaba cerca de una pared cuyos cimientos llegaban hasta la tosca. La greda extraída había sido tirada precisamente en el lugar donde luego tuvo que estar el rosal. Se trataba de una tierra con historia y con condicionantes en parte negativos. Además, toda la lluvia que caía sobre aquella parte del tejado, se descargaba en el alero que daba justo sobre la planta. Podía suceder que a veces hubiera exceso de humedad. Carecía de sol por la mañana; en cambio de tarde lo tenía en demasía, por el reflejo de la pared encalada que le devolvía duplicado el calor.
Había muchos porqués en la historia previa de su tierra y en la geografía que le tocaba compartir. Pero también los había en su propio ser de rosal y en la historia de su crecimiento. Porque la variedad no era la más adaptada a este clima. Fue plantada fuera de su época, y de pequeña había sufrido un serio accidente que por poco termina con su existencia.
¡Cuántos traumas y condicionantes! Realmente al leer el informe, era como para desesperarse. ¿Qué se podía hacer? Aparentemente se trataba de circunstancias irreversibles, o muy poco variables ya.
Pero aquí estaba, a mi parecer, la equivocación. La suma de todos los porqués del pasado de la rosa, no daban ninguna explicación sobre el para qué de su existencia allí, en ese lugar y en esas condiciones. Todos los porqué se referían a su pasado, y eran simplemente informes sobre la realidad existente y comprobable. Y lo que en realidad interesaba era el presente de la planta y su futuro.
Fueron nuevamente al científico, para pedirle un consejo. Más que ello, quizá, quisieron saber para qué la planta estaba justamente allí y no en otro lugar. Para qué se le pedía a la pobre rosa que viviera esa geografía e historia con tantos condicionantes negativos. Y el hombre, que era un científico en serio, no un guitarrero, les respondió:
-Eso no me lo pregunten a mí. Pregúntenselo al jardinero.
Y era cierto. La respuesta estaba integrada en un plan mucho más amplio que el de la simple historia comprobable de la planta. El jardinero tenía un proyecto en totalidad que abarcaba todo el jardín. En su sabiduría, conocía muy bien todo lo que con su ciencia descubriría el científico. Y sin embargo quiso que la rosa viviera, y que su existencia embelleciera dolorosamente aquel rincón del jardín, comprometiéndose a vigilar sus ciclos y a defender su vida amenazada. El jardinero estaba comprometido tanto con la rosa como con toda la vida y la belleza del jardín. Esto dependía de un plan nacido en la sabiduría de su corazón, y por tanto no podría nunca ser investigado por el científico, que reducía su búsqueda a la mera existencia de la planta individualmente considerada en su geografía concreta.
Al médico podrás preguntarle sobre los porqué de tu dolor.
Al psicólogo sobre la raíz de tus traumas.
Al historiador y al sociólogo el pasado que te condiciona.
Pero el para qué fuiste llamado a la vida aquí y ahora, eso tenés que preguntarle a Dios.
Jesús decía:
– Mi Padre es el Jardinero.

EL CORAZÓN PERFECTO

Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en el ni máculas ni rasguños. Sí, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar .

De pronto un anciano se acercó y dijo: “Perdona mi atrevimiento, pero, por qué dices eso, si tu corazón no es ni tan, aproximadamente, tan hermoso como el mío, o el de tantas otras personas?” Sorprendidos la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y éstos habían sido reemplazados por otros que no encastraban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió ¿como puede él decir que su corazón es más hermoso?, pensaron …

El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír. “Debes estar bromeando,” dijo. Compara tu corazón con el mío… El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor.”

“Es cierto, dijo el anciano, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo… Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido. Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos, dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día -tal vez- regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?”

El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.

El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior. Sí, en verdad ahora, puedo ver lo hermoso que es tu corazón.

Y tu corazón, ¿cuántas cicatrices tiene?

EL FRASCO Y LAS PIEDRAS

Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha.
Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó: – “¿Cuántas piedras piensan que entran en el frasco?”.
Después que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó:
– “¿Está lleno?”
Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con pedregullo. Metió parte de éstos en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes.
El experto sonrió con ironía y repitió:
– “¿Está lleno?”
Esta vez los oyentes dudaron y dijeron :
– ” ¿ Tal vez no?”
– “¡Bien!” – Afirmó el experto al tiempo que ponía en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.
– “¿Está lleno?” – preguntó de nuevo.
– “¡No!”- exclamaron los asistentes.
– “Bien” – dijo mientras tomaba una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba.
– “Bueno, ¿qué hemos demostrado?” – preguntó.
– “Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas” – respondió un asistente.
– “¡NO! – se alarmó el experto- lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después.
¿Cuáles son las grandes piedras en tu vida? ¿Tus hijos, tus amigos, tus sueños, tu salud, la persona amada?
¿Cuáles son las grandes piedras en tu trabajo? ¿Cuáles son tus prioridades?
Recuerda, ponerlas primero. El resto encontrará su lugar

EL GRANO DE CAFÉ

Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y de cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida.
Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando se solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo.
Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego.
En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café.
Las dejó hervir, sin decir palabra.
La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente.
Mirando a su hija le dijo: «Querida, ¿Qué ves?»;
«Zanahorias, huevos y café» fue su respuesta.
La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias, ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro.
Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.
Humildemente la hija preguntó: –
«¿Qué significa esto, padre?»

Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo,
pero habían reaccionado en forma diferente.

La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había puesto débil, fácil de deshacer.
El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café, sin embargo eran únicos: después de estar en agua hirviendo, habían cambiado el agua.
«¿Cuál eres tú, hija?,

Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿Cómo respondes?», le preguntó a su hija.
¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?
¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable, poseías un espíritu fluido, pero después de una pérdida, una crisis, o un problema te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿Eres amargada y áspera, con un espíritu y un corazón endurecido?
¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviendo, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor.
Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor, tú reaccionas en forma positiva, sin dejarte vencer y haces que las cosas a tu alrededor mejoren, que ante la adversidad exista siempre una luz que ilumina tu camino y el de la gente que te rodea. Esparces con tu fuerza y positivismo el «dulce aroma del café».
¿Y tú?, ¿Cuál de los tres eres?

EL RELOJERO

por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande
De esto hace mucho tiempo. Epoca en la que todavía todo oficio era un arte y una herencia. El hijo aprendía de su padre, lo que éste había sabido por su abuelo. El trabajo heredado terminaba por dar un apellido a la familia. Existían así los Herrero, los Barrero, la familia de Tejedor, etcétera.
Bueno, en aquella época y en un pueblito perdido en la montaña, pasaba más o menos lo mismo que sucedía en todas las otras poblaciones. Las necesidades de la gente eran satisfechas por las diferentes familias que con sus oficios heredados se preocupaban de solucionar todos los problemas. Cada día, el aguatero con su familia traía desde el río cercano toda el agua que el pueblito necesitaba. El cantero hacía lo mismo con respecto a las piedras y lajas necesarias para la construcción o reparación de las viviendas. El panadero se ocupaba con los suyos de amasar la harina y hornear el pan que se consumiría. Y así pasaba con el carnicero, el zapatero, el relojero. Cada uno se sentía útil y necesario al aportar lo suyo a las necesidades comunes. Nadie se sentía más que los otros, porque todos eran necesarios.
Pero un día algo vino a turbar la tranquila vida de los pobladores de aquella aldea perdida en la montaña. En un amanecer se sintió a lo lejos el clarín del heraldo que hacía de postillón o correo. El retumbo de los cascos de caballo se fue acercando y finalmente se lo vio doblar la calle que daba entrada al pueblito: un caballo sudoroso que fue frenado justo delante de la puerta de la casa del relojero. El heraldo le entregó un grueso sobre que traía noticias de la capital. Toda la gente se mantuvo a la expectativa a la puerta de sus casas a fin de conocer la importante noticia que seguramente se sabría de un momento al otro.
Y así fue efectivamente. Pronto corrió por todo el pueblo la voz de que desde la capital lo llamaban al relojero para que se hiciera cargo de una enorme herencia que un pariente le había legado. Toda la población quedó consternada. El pueblito se quedaría sin relojero. Todos se sintieron turbados frente a la idea de que desde aquel día, algo faltaría al irse quien se ocupaba de atender los relojes con los que podían conocer la hora exacta.
Al día siguiente una pesada carreta cargada con todas las pertenencias de la familia, cruzaba lentamente el poblado, alejándose quizás para siempre rumbo a la ciudad capital. En ella se marchaba el relojero con toda su gente: el viejo abuelo y los hijos pequeños. Nadie quedaba en el lugar que pudiera entender de relojes.
La gente se sintió huérfana, y comenzó a mirar ansiosamente y a cada rato el reloj de la torre de la Iglesia. Otro tanto hacía cada uno con su propio reloj de bolsillo. Con el pasar de los días el sentimiento comenzó a cambiar. El relojero se había ido y nada había cambiado. Todo seguía en plena normalidad. El aparato de la torre y los de cada uno seguía rítmicamente funcionando y dando la hora sin contratiempo alguno.
-¡Caramba!- se decía la gente. Nos hemos asustado de gusto. Después de todo, el relojero no era una persona indispensable entre nosotros. Se ha marchado y todo sigue en orden y bien como cuando él estaba aquí. Otra cosa muy distinta hubiera sido sin el panadero. No había porqué preocuparse. Bien se podía vivir sin el ausente.
Y los días fueron pasando, haciéndose meses. De pronto a alguien se le cayó el reloj, y aunque al sacudirlo comenzó a funcionar, desde ese día su manera de señalar la hora ya no era de fiar. Adelantaba o atrasaba sin motivo aparente. Fue inútil sacudirlo o darle cuerda. La cosa no parecía tener solución. De manera que el propietario del aparato decidió guardarlo en su mesita de luz, y bien pronto lo olvidó al ir amontonando sobre él otras cosas que también iban a para al mismo lugar de descanso.
Y lo que le pasó a esta persona, le fue sucediendo más o menos al resto de los pobladores. En pocos años todos los relojes, por una causa o por otra, dejaron de funcionar normalmente, y con ello ya no fueron de fiar. Recién entonces se comenzó a notar la ausencia del relojero. Pero era inútil lamentarlo. Ya n estaba, y esto sucedía desde hacía varios años. Por ello cada uno guardó su reloj en el cajón de la mesa de luz, y poco a poco lo fue olvidando y arrinconando.
Digo mal al decir que todos hacían esto. Porque hubo alguien que obró de una manera extraña. Su reloj también se descompuso. Dejó de marcar la hora correcta, y ya fue poco menos que inútil. Pero esta persona tenía cariño por aquel objeto que recibiera de sus antepasados, y que lo acompañara cada día con sus exigencias de darle cuerda por la noche, y de marcarle el ritmo de las horas durante la jornada. Por ello no lo abandonó al olvido de las cosas inútiles. Cierto: no le servía de gran cosa. Pero lo mismo, cada noche, antes de acostarse cumplía con el rito de sacar el reloj del cajón, para darle fielmente cuerda a fin de que se mantuviera funcionando. Le corregía la hora más o menos intuitivamente recordando las últimas campanadas del reloj de la iglesia. Luego lo volvía a guardar hasta la noche siguiente en que repetía religiosamente el gesto.
Un buen día, la población fue nuevamente sacudida por una noticia. ¡Retornaba el relojero! Se armó un enorme revuelo. Cada uno comenzó a buscar ansiosamente entre sus cosas olvidadas el reloj abandonado por inútil a fin de hacerlo llegar lo antes posible al que podría arreglárselo. En esta búsqueda aparecieron cartas no contestadas, facturas no pagadas, junto al reloj ya medio oxidado.
Fue inútil. Los viejos engranajes tanto tiempo olvidados, estaban trabados por el óxido y el aceite endurecido. Apenas puestos en funcionamiento, comenzaron a descomponerse nuevamente: a uno se le quebraba la cuerda, a otro se le rompía un eje, al de más allá se le partía un engranaje. No había compostura posible para objetos tanto tiempo detenidos. Se habían definitiva e irremediablemente deteriorado.
Solamente uno de los relojes pudo ser reparado con relativa facilidad. El que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora. La fidelidad de su dueño que cada noche le diera cuerda, había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado. Bastó con enderezarle el eje torcido y colocar sus piezas en la posición debida, y todo volvió a andar como en sus mejores tiempos.
La fidelidad a un cariño había hecho superar la utilidad, y había mantenido la realidad en espera de tiempos mejores. Ello había posibilitado la recuperación.
La oración pertenece a este tipo de realidades. Tiene mucho de herencia, poco de utilidad a corta distancia, necesidad de fidelidad constante, y capacidad de recuperación plena cuando regrese el relojero.

EL VIEJO ERMITAÑO

Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una de esas personas que por amor a Dios se refugian en la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración y a la penitencia.
Se quejaba muchas veces que tenía demasiado quehacer.
La gente preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo.
Les contestó:
“Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter a un león”.
No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives.
¿Dónde están todos estos animales?
Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron.
Porque estos animales los tienen todos los hombres, ustedes también.
Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo.
Tengo que domarlos para que sólo se lanzan sobre una presa buena, son mis ojos.
Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan.
Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir, son mis dos manos.
Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles.
Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me gusta, son mis dos pies.
Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas.
Siempre está lista por morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño, es mi lengua.
El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber.
Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día, es mi cuerpo.
Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso, es mi corazón

ELIGIENDO CRUCES

por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos rodados, Editorial Patria Grande
Estos también es del tiempo viejo, cuando Dios se revelaba en sueños. O al menos la gente todavía acostumbraba a soñar con Dios. Y era con Dios que nuestro caminante había estado dialogando toda aquella tarde. Tal vez sería mucho hablar de diálogo, ya que no tenía muchas ganas de escuchar sino de hablar y desahogarse.
El hombre cargaba una buena estiba de años, sin haber llegado a viejo. Sentía en sus pierna el cansancio de los caminos, luego de haber andado toda la tarde bajo la fría llovizna, con el mono al hombre y bordeando las vías del ferrocarril hacía tiempo que se había largado a linyerear, abandonando, vaya a saber por qué, su familia, su pago y sus amigos. Un poco de amargura guardaba por dentro, y la había venido rumiando despacio como para acompañar la soledad.
Finalmente llegó mojado y aterido hasta la estación del ferrocarril, solitaria a la costa de aquello que hubiera querido ser un pueblito, pero que de hecho nunca pasó de ser un conjunto de casas que actualmente se estaban despoblando. No le costó conseguir permiso para pasar la noche al reparo de uno de los grandes galpones de cinc. Allí hizo un fueguito, y en un tarro que oficiaba de ollita recalentó el estofado que le habían dado al mediodía en la estancia donde pasara la mañana. Reconfortado por dentro, preparó su cama: un trozo de plástico negro como colchón que evitaba la humedad. Encima dos o tres bolsas que llevaba en el mono, más un par de otras que encontró allí. Para taparse tenía una cobija vieja, escasa de lana y abundante en vida menuda. Como quien se espanta un peligro de enfrente, se santiguó y rezó el Bendito que le enseñara su madre.
Tal vez fuera la oración familiar la que lo hizo pensar en Dios. Y como no tenía otro a quien quejarse, se las agarró con el Todopoderosos reprochándole su mala suerte. A él tenían que tocarle todas. Pareciera que el mismo Tata Dios se las había agarrado con él, cargándole todas las cruces del mundo. Todos los demás eran felices, a pesar de no ser tan buenos y decentes como él. Tenían sus camas, su familia, su casa, sus amigos. En cambio aquí lo tenía a él, como si fuera un animal, arrinconado en un galpón, mojado por la lluvia y medio muerto de hambre y de frío. Y con estos pensamientos se quedó dormido, porque no era hombre de sufrir insomnios por incomodidades. No tenía preocupaciones que se lo quitaran. En el sueño va y se le aparece Tata Dios, que le dice:
-Vea, amigo. Yo ya estoy cansado de que los hombres se me anden quejando siempre. Parece que nadie está conforme con lo que yo le he destinado. Así que desde ahora le dejo a cada uno que elija la cruz que tendrá que llevar. Pero que después no me vengan con quejas. La que agarren tendrán que cargarla para el resto del viaje y sin protestar. Y como usted está aquí, será el primero a quien le doy la oportunidad de seleccionar la suya, vea, acabo de recorrer el mundo retirando todas las cruces de los hombres, y las he traído a este galpón grande. Levántese y elija la que le guste.
Sorprendido el hombre, mira y ve que efectivamente el galpón estaba que hervía de cruces, de todos los tamaños, pesos y formas. Era una barbaridad de cruces las que allí había: de fierro, de madera, de plástico, y de cuanta material uno pudiera imaginarse.
Miró primero para el lado que quedaban las más chiquitas. Pero le dio vergüenza pedir una tan pequeña. El era un hombre sano y fuerte. No era justo siendo el primero quedarse con una tan chica. Buscó entonces entre las grandes, pero se desanimó enseguida, porque se dio cuenta que o le daba el hombro para tanto. Fue entonces y se decidió por una tamaño medio: ni muy grande, ni tan chica.
Pero resulta que entre éstas, las había sumamente pesadas de quebracho, y otras livianitas de cartón como para que jugaran los gurises. Le dio no sé qué elegir una de juguete, y tuvo miedo de corajear una de las pesadas. Se quedó a mitad de camino, y entre las medianas de tamaño prefirió una de peso regular.
Faltaba con todo tomar aún otra decisión. Porque no todas las cruces tenían la misma terminación. Las había lisitas y parejas, como cepilladas a mano, lustrosas por el uso. Se acomodaban perfectamente al hombro y de seguro no habrían de sacar ampollas con el roce. En cambio había otras medio brutas, fabricadas a hacha y sin cuidado, llenas de rugosidades y nudos. Al menor movimiento podrían sacar heridas. Le hubiera gustado quedarse con la mejor que vio. Pero no le pareció correcto. El era hombre de campo, acostumbrado a llevar el mono al hombro durante horas. No era cuestión ahora de hacerse el delicado. Tata Dios lo estaba mirando, y no quería hacer mala letra delante suyo. Pero tampoco andaba con ganas de hacer bravatas y llevarse una que lo lastimara toda la vida.
Se decidió por fin y tomando de las medianas de tamaño, la que era regular de peso y de terminado, se dirigió a Tata Dios diciéndole que elegía para su vida aquella cruz.
Tata Dios lo miró a los ojos, y muy en serio le preguntó si estaba seguro de que se quedaría conforme en el futuro con la elección que estaba haciendo. Que lo pensara bien, no fuera que más adelante se arrepintiera y le viniera de nuevo con quejas.
Pero el hombre se afirmó en lo hecho y garantizó que realmente lo había pensado muy bien, y que con aquella cruz no habría problemas, que era la justa para él, y que no pensaba retirar su decisión. Tata Dios casi riéndose le dijo:
-Ven, amigo. Le voy a decir una cosa. Esa cruz que usted eligió es justamente la que ha venido llevando hasta el presente. Si se fija bien, tiene sus iniciales y señas. Yo mismo se la he sacado esta noche y no me costó mucho traerla, porque ya estaba aquí. Así que de ahora en adelante cargue su cruz y sígame, y déjese de protestas, que yo sé bien lo que hago y lo que a cada uno le conviene para llegar mejor hasta mi casa.
Y en ese momento el hombre se despertó, todo adolorido del hombre derecho por haber dormido incómodo sobre el duro piso del galpón.
A veces se me ocurre pensar que si Dios nos mostrara las cruces que llevan los demás, y nos ofreciera cambiar la nuestra, cualquiera de ellas, muy pocos aceptaríamos la oferta. Nos seguiríamos quejando lo mismo, pero nos negaríamos a cambiarla. No lo haríamos, ni dormidos.

LA BOMBA DE AGUA

Cuentan que un cierto hombre estaba perdido en el desierto, a punto de morir de sed.
Cuando él llegó a una casita vieja -una cabaña que se desmoronaba- sin ventanas, sin techo, golpeada por el tiempo.
El hombre deambuló por allí y encontró una pequeña sombra donde se acomodó, huyendo del calor del sol desértico. Mirando alrededor, vio una bomba a algunos metros de distancia, muy vieja y oxidada.
El se arrastró hasta allí, agarró la manija, y empezó a bombear sin parar.
Nada ocurrió. Desanimado, cayó postrado hacia atrás y notó que al lado de la bomba había una botella. La miró, la limpió, removiendo la suciedad y el polvo, y leyó el siguiente mensaje:
“Primero necesitas preparar la bomba con toda el agua de esta botella, mi amigo”
PD.: “Haz el favor de llenar la botella otra vez antes de partir.“
El hombre arrancó la rosca de la botella y, de hecho, tenía agua.
¡La botella estaba casi llena de agua! De repente, él se vio en un dilema:
Si bebía el agua podría sobrevivir, pero si volcase el agua en la vieja bomba oxidada, quizá obtuviera agua fresca, bien fría, allí en el fondo del pozo, todo el agua que quisiera y podría llenar la botella para la próxima persona… pero quizá eso no salga bien.
¿Qué debería hacer? ¿Volcar el agua en la vieja bomba y esperar el agua fresca y fría o beber el agua vieja y salvar su vida?
¿Debería perder todo el agua que tenía en la esperanza de aquellas instrucciones poco confiables, escritas no se sabía cuando?
Con temor, el hombre volcó todo el agua en la bomba. Enseguida, agarró la manija y empezó a bombear… y la bomba empezó a chillar. ¡Y nada ocurrió! Y la bomba chilló y chilló.
Entonces surgió un hilito de agua; después un pequeño flujo, ¡y finalmente el agua salió con abundancia! La bomba vieja y oxidada hizo salir mucha, pero mucha agua fresca y cristalina. Él llenó la botella y bebió de ella hasta hartarse. La llenó otra vez para el próximo que por allí podría pasar, la enroscó y agregó una pequeña nota al billete preso en ella:
“¡Créeme, funciona! ¡Necesitas dar todo el agua antes de poder obtenerla otra vez!“

LA ÚLTIMA HOJA

Esta historia transcurre en Francia en el 1900, en los comienzos de un durísimo invierno. Marie era una niña de 11 años que vive en una antigua casa parisina. Desde hace semanas ha comenzado a sentir un dolor en el pecho que se hace paralizante al toser, el medico ha venido a verla y ha dado el diagnostico que se madre más temía, tuberculosis. En esa época y sin antibióticos la infección era casi una garantía de muerte.
El doctor ha sugerido que la niña se mantenga en reposo y le ha recomendado a su madre que no la dejen sola, estos pacientes como casi todos, a dichos profesionales tienen más probabilidades de curarse si le dan pelea a la enfermedad, si Marie mira el calendario y comprueba que faltan todavía dos largos meses para que llegue la primavera.
Como ninguno de sus compañeros de clase vendría a verla por el comprensible aunque injustificado temor al contagio, la madre ha llamado a la maestra para que se acerque a la casa a darle algunas clases aunque sea para gastar su tiempo. Ha movido todos los muebles, ha llevado la cama de Marie junto a la ventana en la planta baja. Desde allí piensa la madre verá el patiecito interior de la casa, el ciprés en el centro del jardín, las enredaderas, las ventanas de los otros dos edificios que convergen en el patio, podrá ver a la gente pasar e ir de vuelta y distraerse.
El invierno se vuelve más y más frío. La niña se agrava, espeta ahora con sangre y se asusta. Le dice a la madre que tiene miedo de morirse y mientras aquella la abraza llorando, trata de que su hija no note que ella llora.
La niña señala el patio y dice “mira mami ves esa enredadera del edificio de enfrente, hace semanas que estaba llena de hojas, algunas más verdes otras más amarillas, mírala ahora que pocas hojas le quedan. Acabo de pensar que cuando la última de las hojas de la enredadera se caiga, mi vida también llegara a su fin”.
La madre le acomodó las almohadas, se seca las lágrimas de espaldas a la niña y le dice “no debes pensar en eso, en primavera todas las enredaderas fabrican nuevas hojas y la vida verde vuelve a nacer”. Pero son otras hojas pensó la jovencita sin decirlo.
La niña empeora día a día y su ánimo decae en la misma magnitud que su estado general.
Hasta que una mañana, la madre descubre a mari muy interesada mirando hacia arriba por la ventana. Casi sin querer la mamá se acerca tratando de ver que es lo que llama la atención de su hija. Se trata de un pintor que junto a la ventana del tercer piso pinta con colores vivos imágenes de parís, Notredame, Mont martre, el mouling rouge. La niña está fascinada y la madre alegre. Algo por fin ha capturado su interés, quizás ella pudiera convencer al pintor para ayudarlas.
Esa misma tarde la madre cruza al edificio y le implora al joven y estrafalario artista que se acerque a su casa de vez en cuando para charlar con Marie. Ella por supuesto le pagará lo que pueda,” su vida”, sabe – le dice con angustia –“ quizás dependa en alguna medida que usted acepte su pedido”.
No por el dinero sino por la pena que le da la situación de la niña, el joven artista comienza a bajar una o dos veces por semana llevando sus telas y algunos colores para hablar de pintura y para animar a Marie para que dibuje y pinte.
Durante esos días crecen entre ellos una extraña amistad y una tarde cuando el pintor baja a verla, se encuentra a Marie llorando. “Que sucede le pregunta” y Marie le cuenta su relación con la enredadera y le dice ”ayer cuando te fuiste conté las hojas que quedaban de las miles que había entre sus ramas, quedaban nada más que 28 y yo sé lo que eso significa. Si se cayeran todas hoy mismo no habría mañana”
El pintor abraza a la niña y dice que esa asociación es una tontería, que la vida seguirá de todas maneras, ella no debe pensar así, tiene que practicar las escalas de colores, dibujar las manzanas que él le pidió sino nunca llegara a exponer. De hecho gracias a haber practicado mucho el mismo debe embarcar hacia américa para una exposición.
Marie entristece, el mundo se derrumba. Mientras el pintor habla un viento fuerte arranca tres hojas de golpe y las deja caer violentamente en el patio.
“Volveré en mayo a más tardar – esta terminando de decir el pintor- “allí si has practicado, iremos a pintar a la campiña, te enseñare a pintar con oleo”
“No sé si estaré aquí cuando regreses pintor, depende de la enredadera”
El artista que se ha encariñado con la jovencita la abraza aún más fuerte y le indica que hacer para estar ocupada hasta que el vuelva.
Cada día la niña controla la cantidad de hojas que quedan en la enredadera. Cada mañana registra un dolor en el pecho cuando comprueba que en la noche, algunas de sus acompañantes ha caído para siempre.
“Que pasa Hija” pregunta la madre después de una agitada y febril noche. “Mira mamá” dice Marie señalando por la ventana “solo quedan tres hojitas. Una ahí abajo junto al portal, otra a mitad de la pared y la última solita arriba al lado de la ventana del pintor. Tengo miedo mamá, mucho miedo”
“No te asustes hija” así le dice la madre con una convicción que no tiene. “Esas hojitas van a aguantar, sabes, falta nada más que dos semanas para que llegue la primavera”
La mirada divertida de Marie se ha vuelto una obsesión de control de las pobres tres hojitas.
Una noche en medio de una feroz tormenta de viento y lluvia, la hoja del medio se suelta de la barra y vuela lejos. Mari no dice nada pero redobla sus rezos para pedirle al buen Dios que proteja a las otras dos hojitas.
“Mama” grita una mañana “mamá ven”.
“que pasa hija”
“Queda solo una mami, solo una. La de abajo del todo se cayó anoche, me voy a morir mama, me voy a morir”
“Hay que tener fe hijita, además falta muy poco y todavía queda una hoja”
“Pero hace un rato, la vi temblar. Tápame mamá, tengo mucho frio”
La madre la arropa con sus mantas y sale por unos paños fríos. La niña vuela de fiebre.
Cada momento que Marie está despierta, está mirando por la ventana a la única hoja que todavía resiste, la pequeña hoja marrón verdosa solitaria que se aferra a la punta de la enredadera y la niña que cruza instintivamente los dedos pidiéndole en su interior a la hojita que resista para que ella también pueda salvarse.
Y misteriosamente la hoja resiste, nieve, lluvia, viento… la hoja resiste.
Y una mañana, mientras mira su esperanza, Marie, ve que un rayo de sol ilumina la hoja y descubre que a su lado y más abajo en la enredadera, hay pequeños botones verdes que han empezado a aparecer.
“Mira mami, la hoja ha resistido, entiendes? Llegó la primavera mami, no es maravilloso”, y la madre sonríe “si hija es maravilloso” pero no está pensando en la enredadera, está pensando que su hija se ha salvado.
Pasan los días, la niña mejora y su primera salida a la calle es al edificio de enfrente a preguntar por su amigo el pintor. La casera se sorprende de verla, la besa con sincera alegría “me alegra que estés bien “le dice “tu amigo todavía no ha vuelto, pero me ha asegurado que en unas semanas lo tendríamos por aquí. Mando esto para ti” y le acerca una carta desde américa, el sobre dice ”para entregar a mi amiga Marie”.
Marie rasga el sobre. Esta tan excitada
“Hola Marie, tal como ves todo ha pasado, para cuando leas esto faltarán apenas unos días para retomar nuestras clases de pintura, yo he comprado nuevos colores y pinceles, así que quiero regalarte los que fueron míos, dile a la casera que te abra mi apartamento y llévate todas mis cosas, practica mucho, recuerda las manzanas”
La niña salta de alegría, entra en la pequeña buhardilla por sus pinturas. Una vez allí se acerca a la ventana para recoger el atril y ve desde el cuarto del pintor, su propia cama en el edificio de enfrente.
Marie abre la ventana e instintivamente busca a su amiga, la hoja heroica, la que aguantó todo, la más fuerte de todas las hojas y la ve, está allí, en la pared a un costado muy cerca del marco de la ventana. Acerca la mano para tocarla, pero no es una hoja verdadera, es una hoja que ha dejado pintada en el ladrillo su amigo el pintor.
Seremos capaces de amar así
Seremos capaces de pintar hojas en nuestras ventanas para inspirar, alentar y acompañar a los que amamos aunque nosotros estemos lejos.
Seremos capaces de dar el gran paso
Ojala que si

LA UTILIDAD DE LOS RUMIANTES

Una vez, no hace tanto ni muy lejos, había un pueblito solitario y perdido entre las ciudades de los hombres. Era un pueblito chiquito y sin importancia. No tenía emisora ni diario, y por eso todo pensaban que esa gente del pueblito no tenía nada que decir. En ese pueblito de campo todos hablaban bajito porque se habían acostumbrado a escuchar. De vez en cuando, sí, cantaban, chiflaba o tarareaban; y tenían los ojos grandes, acostumbrados a mirar.
Era un pueblito con niños desnutridos, de barriguita abultada y bracitos de mamboretá.
Un grupo de científicos vino una vez a visitar el pueblito. Vinieron derrochando palabras y sonrisas, y hablaron en términos exactos e incomprensibles. Llenaron planillas con nombres y preguntas, tubitos de vidrio con muestras de sangre. Al verdad es que la gente del pueblito se sintió humillada y guardó silencio. Los científicos los conceptuaron como gente apocada y taciturna. Diagnosticaron descalcificación y avitaminosis. Mientras que los niños del pueblo hasta ahora sólo se habían cuenta de que tenían hambre. Los científicos elevaron un informe al ministerio. Si llegó hasta aquella orilla, no sé: porque era de papel.
Pero el Señor Dios amaba a ese pueblito. Y quiso ayudarlo. Por eso un buen día el Señor Dios mandó a ese pueblito tres cabritos y una vaca. Cuatro animalitos de ojos mansos y un balido adentro. Nada traían para el pueblito; simplemente venían a quedarse. Una había nacido en una estancia, las demás en otras partes.
Al principio despertaron la curiosidad. Al pasar por las calles del pueblito la gente las miraba. Como no venían a traer ni a buscar nada, pronto fueron admitidas en la vida del pueblito. Las vieron mansas e indefensas y comenzaron a protegerlas; hasta comenzaron a hablarles porque las vieron calladas.
Para alimentarse les bastó con los yuyos y pastos que crecían en el lugar, y que ellas mismas salían a buscarse. Y la gente se alegró de verlas comer y alimentarse de lo mismo que había entre ellos. Y por eso, no sólo no las espantaron del lugar sino que hasta llegaron a construirles un corral. Un corral para sus noches; porque de día les gustaba verlas por las calles, entrar en sus patios, participar en su misma geografía familiar. Hasta se hicieron amigas de sus perros, que ya no las toreaban al verlas llegar. Y ustedes saben que en el campo, solamente a las visitas amigas los perros no les ladran.
Y fue así cómo, con el tiempo, el pueblito se dio cuenta del regalo que Dios les había hecho con ellas. En cada madrugada empezaron a contar con su vaso de leche para sus niños chicos, para sus ancianos enfermos, para sus madres que amamantaban.
Vaso de leche que no era una realidad traída de afuera. Pero que sin embargo hasta ahora nunca habían tenido. Eran sus propios pastos, su trébol familiar asumido y rumiado lento en sus horas de silencio y soledad, con sus ojazos vueltos hacia el cielo. Y los hombres del pueblito se dieron cuenta de la importancia de esos tiempos de rumia y de silencio que pasaban sus animalitos. Y como por instinto comenzaron a respetar esos momentos.
Cuando a eso de la oración, por las tardes, al caer el sol todos volvía del trabajo y las veían reunirse en su corral y quedarse quietas con los ojazos mirando el cielo, se dieron cuenta de la importancia de ese tiempo para ellos. Y respetaron su soledad y su silencio. De esa rumia del atardecer dependía que la leche fuera tan sabrosa en la madrugada. Eso no hubo necesidad de explicárselo a la gente del pueblito; se dieron cuenta solos, porque eran gente con los ojos acostumbrados a ver.

SEÑOR

Cuando tenga hambre,
dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed,
mándame alguien que necesite una bebida;
Cuando tenga frío,
mándame alguien que necesite calor;
Cuando tenga un disgusto,
preséntame alguien que necesite consuelo;
Cuando mi cruz se haga pesada,
hace que comparta la cruz de otro;
Cuando esté pobre,
ponme cerca de alguien necesitado;
Cuando me falte tiempo,
dame alguien que necesite unos minutos míos;
Cuando sufra una humillación,
dame la ocasión de alabar a alguien;
Cuando esté desanimado,
mándame alguien a quien tenga que dar ánimo;
Cuando sienta necesidad de la comprensión de los demás,
mándame alguien que necesite la mía;
Cuando sienta necesidad de que me cuiden,
mándame alguien a quien tenga que cuidar;
Cuando piense en mí mismo,
atrae mi atención hacia otra persona.

Hazme digno, Señor,
de servir a mis hermanos,
que viven y mueren pobres y hambrientos
en este mundo de hoy.
Dales, a través de mis manos,
el pan de cada día; y dales paz y alegría,
gracias a mi amor comprensivo.

Madre Teresa de Calcuta

LA VASIJA AGRIETADA

Un cargador de agua tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía una grieta, mientras que la otra era perfecta y entregaba el agua completa al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón.

Cuando llegaba, la vasija rota solo contenía la mitad del agua. Por dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, perfecta para los fines para la cual fue creada; pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía conseguir la mitad de lo que se suponía debía hacer.

Después de dos años le habló al aguador diciéndole: “Estoy avergonzada de mi misma y me quiero disculpar contigo”. ¿Por qué? le preguntó el aguador. “Porque debido a mis grietas, solo puedes entregar la mitad de mi carga. Debido a mis grietas, solo obtienes la mitad del valor de lo que deberías”.

El aguador se sintió muy apesadumbrado por la vasija y con gran compasión le dijo: “Cuando regresemos a la casa del patrón quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino”.

Así lo hizo y en efecto vio muchísimas flores hermosas a todo lo largo, pero de todos modos se sintió muy apenada porque al final solo llevaba la mitad de su carga. El aguador le dijo: “Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino?; siempre he sabido de tus grietas y quise obtener ventaja de ello, siembro semillas de flores a todo lo largo del camino por donde tu vas y todos los días tú las has regado. Por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Madre. Sin ser exactamente como eres, ella no hubiera tenido esa belleza sobre su mesa.”

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, pero podemos permitirle a Dios utilizar nuestras grietas para decorar su mesa.
En la gran economía de Dios, nada se desperdicia. Sólo aquel que ensaya lo absurdo es capaz de conquistar lo imposible. Si sabes cuáles son tus grietas, aprovéchalas, y no te avergüences de ellas

LOS ANTEOJOS DE DIOS

por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande
El cuento trata de un difunto. Anima bendita camino del cielo donde esperaba encontrarse con Tata Dios para el juicio sin trampas y a verdad desnuda. Y no era para menos, porque en la conciencia a más de llevar muchas cosas negras, tenía muy pocas positivas que hacer valer. Buscaba ansiosamente aquellos recuerdos de buenas acciones que había hecho en sus largos años de usurero. Había encontrado en los bolsillos del alma unos pocos recibos «Que Dios se lo pague», medio arrugados y amarillentos por lo viejo. Fuera de eso, bien poca más. Pertenecía a los ladrones de levita y galera, de quienes comentó un poeta: «No dijo malas palabras, ni realizó cosas buenas».
Parece que en el cielo las primeras se perdonan y las segundas se exigen. Todo esto ahora lo veía clarito. Pero ya era tarde. La cercanía del juicio de Tata Dios lo tenía a muy mal traer.
Se acercó despacito a la entrada principal, y se extraño mucho al ver que allí no había que hacer cola. O bien no había demasiados clientes o quizá los trámites se realizaban sin complicaciones.
Quedó realmente desconcertado cuando se percató no sólo de que no se hacía cola sino que las puertas estaban abiertas de par en par, y además no había nadie para vigilarlas. Golpeó las manos y gritó el Ave María Purísima. Pero nadie le respondió. Miró hacia adentro, y quedó maravillado de la cantidad de cosas lindas que se distinguían. Pero no vio a ninguno. Ni ángel, ni santo, ni nada que se le pareciera. Se animó un poco más y la curiosidad lo llevó a cruzar el umbral de las puertas celestiales. Y nada. Se encontró perfectamente dentro del paraíso sin que nadie se lo impidiera.
-¡Caramba — se dijo — parece que aquí deber ser todos gente muy honrada! ¡Mirá que dejar todo abierto y sin guardia que vigile!
Poco a poco fue perdiendo el miedo, y fascinado por lo que veía se fue adentrando por los patios de la Gloria. Realmente una preciosura. Era para pasarse allí una eternidad mirando, porque a cada momento uno descubría realidades asombrosas y bellas.
De patio en patio, de jardín en jardín y de sala en sala se fue internando en las mansiones celestiales, hasta que desembocó en lo que tendría que ser la oficina de Tata Dios. Por supuesto, estaba abierta también ella de par en par. Titubeó un poquito antes de entrar. Pero en el cielo todo termina por inspirar confianza. Así que penetró en la sala ocupada en su centro por el escritorio de Tata Dios. Y sobre el escritorio estaban sus anteojos. Nuestro amigo no pudo resistir la tentación — santa tentación al fin — de echar una miradita hacia la tierra con los anteojos de Tata Dios. Y fue ponérselos y caer en éxtasis. ¡Que maravilla! Se veía todo clarito y patente. Con esos anteojos se lograba ver la realidad profunda de todo y de todos sin la menor dificultad. Pudo mirar profundo de las intenciones de los políticos, las auténticas razones de los economistas, las tentaciones de los hombres de Iglesia, los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad. Todo estaba patente a los anteojos de dios, como afirma la Biblia.
Entonces se le ocurrió una idea. Trataría de ubicar a su socio de la financiera para observarlo desde esta situación privilegiada. No le resulto difícil conseguirlo. Pero lo agarró en un mal momento. En ese preciso instante su colega esta estafando a una pobre mujer viuda mediante un crédito bochornoso que terminaría de hundirla en la miseria por sécula seculorum. (En el cielo todavía se entiende latín). Y al ver con meridiana claridad la cochinada que su socio estaba por realizar, le subió al corazón un profundo deseo de justicia. Nunca le había pasado en la tierra. Pero, claro, ahora estaba en el cielo. Fue tan ardiente este deseo de hacer justicia, que sin pensar en otra cosa, buscó a tientas debajo de la mesa del banquito de Tata Dios, y revoleándolo por sobre su cabeza lo lanzó a la tierra con una tremenda puntería. Con semejante teleobjetivo el tiro fue certero. El banquito le pegó un formidable golpe a su socio, tumbándolo allí mismo.
En ese momento se sintió en el cielo una gran algarabía. Era Tata Dios que retornaba con sus angelitos, sus santas vírgenes, confesores y mártires, luego de un día de picnic realizado en los collados eternos. La alegría de todos se expresaba hasta por los poros del alma, haciendo una batahola celestial.
Nuestro amigo se sobresalto. Como era pura alma, el alma no se le fue a los pies, sino que se trató de esconder detrás del armario de las indulgencias. Pero ustedes comprenderás que la cosa no le sirvió de nada. Porque a los ojos de Dios todo está patente. Así que fue no más entrar y llamarlo a su presencia. Pero Dios no estaba irritado. Gozaba de muy buen humor, como siempre. Simplemente le preguntó qué estaba haciendo.
La pobre alma trató de explicar balbuceando que había entrado a la gloria, porque estando la puerta abierta nadie la había respondido y el quería pedir permiso, pero no sabía a quién.
-No, no — le dijo Tata Dios — no te pregunto eso. Todo está muy bien. Lo que te pregunto es lo que hiciste con mi banquito donde apoyo los pies.
Reconfortado por la misericordiosa manera de ser de Tata Dios, el pobre tipo fue animado y le contó que había entrado en su despacho, había visto el escritorio y encima los anteojos, y que no había resistido la tentación de colocárselos para echarle una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento.
-No, no — volvió a decirle Tata Dios — Todo eso está muy bien. No hay nada que perdona. Mi deseo profundo es que todos los hombres fueran capaces de mirar el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado. Pero hiciste algo más. ¿Qué pasó con mi banquito donde apoyo los pies?
Ahora sí el ánima bendita se encontró animada del todo. Le contó a Tata Dios en forma apasionada que había estado observando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injusticia y que le había subido al alma un gran deseo de justicia, y que sin pensar en nada había manoteado el banquito y se lo había arrojado por el lomo.
-¡Ah, no! — volvió a decirle Tata Dios. Ahí te equivocaste. No te diste cuenta de que si bien te había puesto mis anteojos, te faltaba tener mi corazón. Imaginate que si yo cada vez que veo una injusticia en la tierra me decidiera a tirarles un banquito, no alcanzarían los carpinteros de todo el universo para abastecerme de proyectiles. No m’hijo. No. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos, si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Sólo tiene derecho a juzgar, el que tiene el poder de salvar.
-Volvete ahora a la tierra. Y en penitencia, durante cinco años rezá todo los días esta jaculatoria: «Jesús, manso y humilde de corazón dame un corazón semejante al tuyo».
Y el hombre se despertó todo transpirado, observando por la ventana entreabierta que el sol ya había salido y que afuera cantaban los pajaritos.
Hay historias que parecen sueños. Y sueños que podrían cambiar la historia.

LOS DOS PARAÍSOS

por Mamerto Menapace, publicado en La sal de la tierra, Editorial Patria Grande
En el patio de tierra de mi casa había dos grandes paraísos.
De chico nunca me pregunté si ellos también habrían nacido, crecido, o sido trasplantados.
Simplemente estaban allí, en el patio, como estaban el cielo las estrellas, la cañada en el campo, y el arroyo allá dentro del monte. Formaban parte de ese mundo preexistente, de ese mundo viejo con capacidad de acogida que uno empezaba a descubrir con asombro.
Eran lo más cercano de ese mundo porque estaban allí nomás, en el medio del patio, con su ancho ramerío cubriéndolo todo y llenando de sombra toda la geografía de nuestros primeros gateos sobre la tierra.
Ellos nos ayudaron a ponernos de pie, ofreciéndonos el rugoso apoyo de su fuerte tronco sin espinas. Encaramados a sus ramas miramos por primera vez con miedo y con asombro la tierra allá abajo, y un horizonte más amplio alrededor.
Los pájaros más familiares, fue allí donde los descubrimos. En cambio los otros, los que anidaban en la leyenda y en el misterio de los montes, los fuimos descubriendo mucho después, cuando aprendimos a cambiar de geografía y a alejarnos de la sombra del rancho.
Fue en ellos donde aprendimos que la primavera florece. Para setiembre el perfume de los paraísos llenaba los patios y el viento del este metía su aroma hasta dentro del rancho. No perfumaban tan fuerte como los naranjos, pero su perfume era más parejo. Parecía como que abarcara más ancho. A veces, un golpe de aire nos traía su aroma hasta más allá de los corrales.
También nos enseñaron cómo el otoño despoja las realidades y las prepara para cuartear el invierno. Concentrando su savia por dentro en espera de nuevas primaveras, amarilleaban su follaje y el viento amontonaba y desamontonaba las hojas que ellos iban entregando.
En otoño no se esperaba la tarde del sábado para barrer los patios. Se los limpiaba en cada amanecer.
¡Cuántas cosas nos enseñaron los dos viejos paraísos, nada más que con callarse!
Fue apoyados en sus troncos, con la cara escondida con el brazo, donde puchereamos nuestros primeros lloros después de las palizas. Allí, en silencio, escuchaban el apagarse de nuestros suspiros entrecortados por palabras incoherentes que puntuaban nuestras primeras reflexiones internas de niños castigados. Y en el silencio de sus arrugas, guardaron junto con nuestros lagrimones esas primeras experiencias nuestras sobre la justicia, la culpa, el castigo y la autoridad.
Y luego, cansados de una reflexión que nos quedaba grande y agotada nuestra gana de llorar, nos alejábamos de sus troncos y reingresábamos a la euforia de nuestros juegos y de nuestras peleas.
Cuando jugábamos a la mancha, transformaban su quietud en la piedra del «pido» que nos convertía en invulnerables. Y en el juego de la escondida escuchaban recitar contra su tronco la cuenta que iba disminuyendo el tiempo para ubicar un escondite. Y luego eran la meta que era preciso alcanzar antes que el otro, para no quedar descalificado. Ellos participaron de todos nuestros juegos y fueron los confidentes de todos nuestros momentos importantes.
Escondidos detrás de sus troncos, nuestra timidez y viveza de chicos de campo espiaba a las visitas de forasteros, mientras escuchábamos nuevas palabras, otra manera de pronunciarlas y nuevos tonos de voz, que luego se convertían en material de imitación y de mímica para las comedias infantiles en que remedábamos a las visitas. Así fue como aprendí la palabra «etcétera», que me causó una profunda hilaridad, y que al repetirla luego a cada momento y para cualquier cosa, nos hacía reír a todos en la familia. En mi familia siempre producían hilaridad las palabras esdrújulas.
Al llegar la noche, todo nuestro mundo amigo se atrincheraba alrededor de los paraísos. El farol que se colgaba de una de sus ramas creaba una pequeña geografía de luz que era todo lo que nos pertenecía en este mundo. Más allá estaba el reino de la noche desde donde nos venían los gemidos de las ranas sorprendidas pro las culebras; y hacia donde los perros hacían rápidas salidas para defender nuestro reino sitiado. Desde la noche sabía llegar hasta nuestro puerto de luz algún forastero o algún amigo náufrago de las sombras que había logrado ubicar el faro de nuestra lámpara suspendidas de las ramas de los paraísos. Desde lo más hondo de la noche remaban hacia la lámpara miles de insectos: las luciérnagas describían amplios círculos de luz alrededor de los paraísos, y a veces volvían a hundirse en la inmensidad sideral de la noche como pequeños cometas de nuestro pequeño sistema solar. Otras veces, encandiladas por la luz del farol, terminaban en nuestras manos llenándolas de todo eso misterioso que brilla en las noches.
Cuando me vine hacia el sur, la imagen de los paraísos vino conmigo, y conmigo fue creciendo al ritmo de mi propio crecimiento. Los veía simplemente como parte de mi propia historia.
Al volver luego de unos años, me impresionó ver nuevamente a mis dos viejos paraísos familiares. Sí. Eran los mismos: ocupaban el mismo sitio; los aseguraban las mismas raíces y los identificaba por las mismas arrugas de sus troncos amigos.
Y sin embargo me parecieron más pequeños. Cierto: la cabellera de sus copas había raleado, y tal vez sus ramas ya no fueran tan flexibles. Pero fundamentalmente habían quedado iguales; idénticos. No fue por haber cambiado por lo que me resultaron más pequeños. Yo diría que fue mi relación con ellos lo que había crecido, lo que me daba de ellos una visión distinta.
Quizá no es que los viera más pequeños; sino que ya no me parecían tan altos, ni tan ancha su sombra, ni tan difíciles de subir, ni tan imprescindibles dentro de la geografía del mundo que me tocaba habitar. Mientras tanto, yo ya había conocido otros árboles grandes, importantes, útiles o amigos, y a lo mejor había adornado inconscientemente con esas dimensiones prestadas a mis dos viejos paraísos familiares.
Ahora, al verlos en su realidad concreta, desmitizados de mis adornos fantasiosos, comencé a darme cuenta de sus auténticos límites, de la dimensión concreta de sus ramas. Podría decir que casi afloró a mi conciencia un descubrimiento:
«Mis dos viejos paraísos también tenían su historia.»
Historia personal, intransferible. Su existencia no era sólo relación conmigo. También ellos habían nacido en alguna parte, habían tenido su historia de crecimiento, para luego ser trasplantados juntos y compartir la historia de un mismo patio. El estar allí, el compartir su vida con nosotros, su sombra y el ciclo de sus otoños y primaveras, era el resultado de decisiones que bien hubieran podido ser distintas, y con ello totalmente otra mi propia historia y mi geografía personal.
Me di cuenta de la tremenda responsabilidad de sus decisiones; cosa que ningún otro árbol había tenido, ni jamás podría tener en mi vida.
Y pienso que, si hoy todo árbol es mi amigo, esto se debe a la calidez de amigo que supe encontrar allá en mi emplumar, en aquellos dos paraísos familiares. Ellos dieron a mis ojos, a mi corazón y a mis manos, esa imagen primordial que trataría de buscar en cada árbol luego en mi vida.
Insisto. Esto lo empecé a ver y a comprender cuando desmiticé a mis dos viejos paraísos de todo lo que no era auténticamente suyo. Cuando comprendí que también ellos tenían unas dimensiones concretas y relativamente pequeñas; cuando les descubrí sus carencias y cuando supe que su existencia almacenaba, como la mía una cadena de decisiones personales, y no un mero sucederse de preexistencias sin historia. Cuando me di cuenta de que tenían menos dimensiones de las que yo me imaginaba, y más méritos de los que yo suponía.
Hoy aquel patio familiar existe sólo en mi recuerdo. Los dos paraísos han dejado en pie dos grandes huecos de luz. Buscando sus copas mis ojos miran para arriba y se encuentran con el cielo.
No han muerto. Y pienso que no morirán nunca, porque rama a rama se van quemando en el fogón familiar, y de cada astilla que se ha vuelto ceniza se ha liberado la tibieza que calienta nuestros inviernos. Y sus troncos rugosos se han vuelto tablas de la mesa familiar que nos seguirá reuniendo a los hermanos distantes para compartir el pan
Quizas la oficialización fue para cada uno de nosotros como estos dos paraísos. Lugares que le dieron a mis ojos, a mi corazón y a mis manos, esa imagen primordial que trataría de buscar luego en cada ámbito de mi vida.
Te proponemos que para nuestro encuentro traigas alguna cosa u objeto que tengas de aquellos tiempos, para compartir esos recuerdos que fueron importantes en tu vida.
(Puede ser Para hacer después del primer compartir,releyendo el siguiente párrafo)
Al volver luego de unos años, me impresionó ver nuevamente a mis dos viejos paraísos familiares. Sí. Eran los mismos: ocupaban el mismo sitio; los aseguraban las mismas raíces y los identificaba por las mismas arrugas de sus troncos amigos.
Y sin embargo me parecieron más pequeños. Cierto: la cabellera de sus copas había raleado, y tal vez sus ramas ya no fueran tan flexibles. Pero fundamentalmente habían quedado iguales; idénticos. No fue por haber cambiado por lo que me resultaron más pequeños. Yo diría que fue mi relación con ellos lo que había crecido, lo que me daba de ellos una visión distinta.
¿Cuál es la visión que hoy tengo de ese paraíso de la oficialización o de la Accion Catolica después de todos estos años?

MORIR EN LA PAVADA

por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande.

Una vez un catamarqueño, que andaba repechando la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina. Además hubiera sido difícil que este animal llegara hasta allá para depositarlo. Y resultaba demasiado chico para ser de avestruz.
No sabiendo lo que era, decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona, que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados. Viendo que más o menos eran del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a éste debajo de la pava clueca.
Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo izo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito o del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y sin embargo se trataba de un pichón de cóndor. Si señor, de cóndor, como usted oye. Aunque había nacido al calor de la pava clueca, la vida le venía de otra fuente.
Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillitas y desperdicios. Escarbaba la tierra, y a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras del tuitá. Vivía en el gallinero, y le tenía miedo a los cuzcos lanudos que muchas veces venían a disputarle lo que la patrona tiraba en el patio de tras, después de las comidas. De noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás.
A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que a pesar de ser grandes, no vuelan.
Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las altura, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. ¿y él, porqué no volaba así? El corazón le latió, apresurado y ansioso.
Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando sintió su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado mucha frutita madura y todo tipo de gusanos.
Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.
Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a vieja, un día murió. Sí, lamentablemente murió en la pavada como había vivido.
¡Y pensar que había nacido para las cumbres!

UN CUENTO CORTO:

Un soldado le dijo a su teniente:
– Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo.
– – Permiso denegado- replicó el oficial- No quiero que arriesgue su vida por un hombre que probablemente ha muerto.
El soldado sin hacer caso, salió. Una hora más tarde regreso, mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso.
– ¡Le dije que había muerto! Dígame ¿Merecía la pena ir allá para traer un cadáver?
Y el soldado, casi moribundo, respondió:
– Claro que sí, señor!. Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “estaba seguro de que vendrías”

LA VACA

Prólogo

La historia de la vaca la escuché por primera vez en un vuelo de Nueva York a Buenos Aires, de una encantadora dama a quien para fortuna mía, le correspondió el asiento del lado. Puesto que el vuelo sale cerca de las siete de la noche; a la media noche hasta ahora estás terminando de cenar.

En estos viajes tan largos, o te duermes o terminas conversando con la persona que tienes a tu lado, para tratar de acortar el tiempo de alguna manera. Así que después de hablar sobre nuestras profesiones, la familia y lo mucho que debíamos viajar, y después del acostumbrado intercambio de tarjetas de negocios, comenzamos a hablar del trabajo que nos llevaba a Argentina.

Siempre he tenido la buena fortuna que cuando las personas escuchan que soy escritor, se sienten motivadas para compartir conmigo anécdotas, historias y cuentos que les han dejado alguna enseñanza. Otras me hablan de aquellos libros o autores que más los han conmovido o inspirado, lo cual para mí siempre ha sido un extraordinario caudal de nuevas ideas.

Así que allí, en medio del confort de un moderno Boeing 777, mientras sobrevolábamos algún lugar de la parte norte de nuestro continente, a eso de la una de la mañana, escuché por primera vez la historia de la vaca. Debo agregar que desde aquella vez, y especialmente desde que comencé a compartirla en mis charlas, he escuchado diferentes versiones de esta historia.

Lo interesante es que cuando ella me la contó, la historia no duró mas de dos o tres minutos. Sin embargo, después de haberla relatado cientos de veces me he dado cuenta que cada vez se pone mejor. Es como una serie televisiva, en la que cada semana aparecen nuevos personajes, la historia se alarga unos minutos más, surgen nuevas enseñanzas y se torna mucho más compleja.

Así que después de haberla compartido con decenas de miles de personas en varios países, durante una de mis presentaciones alguien se me acercó y me pidió que le enviara por correo la historia de la vaca.

En aquella ocasión, me había tomado poco más de dos horas contar la historia. Así que decidí hacer algo mejor que enviarle un apresurado resumen de esta espectacular metáfora; decidí -de una vez por todas- escribir la trágica historia de la vaca. Por supuesto que lo que estoy presentando aquí es mi versión de la historia de la vaca. Debo advertir que todo parecido con hechos o personajes reales es pura coincidencia (aunque totalmente intencionado).

A título personal, yo creo que la historia de la vaca es un relato sobre cómo deshacernos de aquellos hábitos, excusas y creencias que nos mantienen atados a la mediocridad. Siempre he creído que el peor enemigo del éxito es el conformismo. Esta metáfora ilustra los efectos tan devastadores que éste puede tener en nuestra vida y los grandes cambios que pueden ocurrir cuando finalmente decidimos deshacernos de todas nuestras excusas. No obstante, deseo que sea el lector quien decida qué enseñanza quiere derivar de esta historia. Y aunque, es probable que a esta altura, aún le sea imposible entender el significado de la siguiente afirmación, si encuentra que no aprendió nada… ¡Esa es su vaca!

Capítulo uno – La historia de la vaca

La historia cuenta que un viejo maestro deseaba enseñar a uno de sus discípulos la razón por la cual muchas personas viven atadas a una vida de conformismo y mediocridad y no logran superar los obstáculos que les impiden triunfar. No obstante, para el maestro, la lección más importante que el joven discípulo podía aprender era observar lo que sucede cuando finalmente nos liberamos de aquellas ataduras y comenzamos a utilizar nuestro verdadero potencial.

Para impartir su lección al joven aprendiz, aquella tarde el maestro había decidido visitar con él algunos de los parajes más pobres de la provincia. Después de caminar un largo rato encontraron el que debía ser el vecindario más triste y desolador de aquella comarca y se dispusieron a buscar la más humilde de todas las viviendas.

Aquella casucha a medio derrumbarse, que se encontraba en la parte más distante de aquel caserío, debía ser -sin duda alguna- la más pobre de todas. Sus paredes milagrosamente se sostenían en pie, aunque amenazaban con derribarse en cualquier momento; el improvisado techo dejaba filtrar el agua, y la basura y los desperdicios que se acumulaban a su alrededor daban un aspecto decrépito a la vivienda. Sin embargo, lo más sorprendente de todo era que en aquella casucha de 10 metros cuadrados pudiesen vivir ocho personas. El padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos, se las arreglaban para acomodarse en aquel lugar.

Sus viejas vestiduras y sus cuerpos sucios y malolientes eran prueba del estado de profunda miseria que reinaba allí. Sus miradas tristes y sus cabezas bajas dejaban ver que la inopia no sólo se había apoderado de sus cuerpos sino que había encontrado albergue en su interior.

Curiosamente, en medio de este estado de penuria y pobreza total, esta familia contaba con una posesión poco común en tales circunstancias: una vaca. Una flacuchenta vaca que con la escasa leche que producía, proveía a aquella familia con el poco alimento de algún valor nutricional. Esta vaca era la única posesión material con que contaban, y parecía ser lo único que los separaba de la miseria total.

Y allí, en medio de la basura y el desorden, pasaron la noche el maestro y su novato discípulo. Al día siguiente, muy temprano y asegurándose de no despertar a nadie, los dos viajeros se dispusieron a continuar su camino. Salieron de la morada y antes de emprender la marcha, el anciano maestro le dijo en voz baja a su discípulo: “Es hora de que aprendas la lección que has venido a aprender”.

Después de todo, lo único que habían logrado durante su corta estadía era poder ver los resultados de una vida de conformismo y mediocridad, pero aún no estaba claro para el joven discípulo cuál había sido la causa que había originado tal estado de desidia. Ésta era la verdadera lección, el maestro lo sabía y el momento de aprenderla había llegado.

Ante la incrédula mirada del joven, y sin que éste pudiese hacer nada para evitarlo, súbitamente el anciano sacó una daga que llevaba en su bolsa y de un solo tajo degolló a la pobre vaca, la cual se encontraba atada a la puerta de la vivienda.

¿Qué has hecho maestro? -dijo el joven con voz angustiada- buscando no despertar a nadie.¿Qué lección es ésta que amerita dejar a esta familia en la ruina total? ¿Cómo has podido matar esta pobre vaca, que representaba la única posesión con que contaba esta familia?

Inmutado por el estado de angustia de su joven discípulo y haciendo caso omiso a sus interrogantes, el anciano se dispuso a continuar la marcha. Así pues, dejando atrás la macabra escena, maestro y discípulo partieron, con aparente indiferencia del primero por la suerte que podía correr esta pobre familia ante la pérdida de su única posesión.

Durante los días siguientes, una y otra vez, el joven era asaltado por la nefasta idea de que, sin aquella vaca, la familia seguramente moriría de hambre. ¿Qué otra suerte podían correr después de haber perdido su única fuente de sustento?

La historia cuenta que un año más tarde, los dos hombres decidieron regresar nuevamente por aquel lugar para ver qué suerte había corrido aquella familia. En vano buscaron la humilde posada. El lugar parecía ser el correcto, pero donde un año atrás se encontrara la humilde vivienda, ahora se levantaba una casa grande, que daba la apariencia de haber sido construida recientemente. Se detuvieron por un momento para observarla desde la distancia y asegurarse que estaban en el mismo lugar.

Lo primero que pasó por la mente del joven fue el nefasto presentimiento de que seguramente la muerte de la vaca había sido un golpe demasiado fuerte para aquella pobre familia. Muy posiblemente se habían visto obligados a abandonar aquel lugar y ahora, una nueva familia, con mayores posesiones, se había adueñado de él y había construido una mejor vivienda.

¿Adónde habrían ido a parar aquel hombre y su familia? ¿Qué habría sucedido con ellos? ¿Cómo se alimentaban los niños, ahora que no contaban con la leche de aquella vaca? Quizás la pena moral había sido suficiente para doblegarlos. Todo esto pasaba por la mente del joven discípulo mientras que, vacilante, se debatía entre acercarse a la nueva vivienda a indagar por la suerte de los antiguos moradores o continuar el viaje y evitar confirmar sus peores sospechas.

Cuál sería su sorpresa cuando del interior de aquella casa salió el mismo hombre que un año atrás les diera posada en su vivienda. Pero esta vez, su aspecto era totalmente distinto, el brillo en sus ojos, su cuerpo aseado y su amplia sonrisa daban muestra de que algo significativo había sucedido. El joven no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. ¿Cómo es posible? ¿Qué sucedió aquí? Preguntó notablemente sorprendido. “Hace un año en nuestro breve paso por este lugar, fuimos testigos de la inmensa pobreza en que ustedes se encontraban. ¿Qué ocurrió durante este lapso para que todo esto cambiara?”

Ignorante del hecho de que el discípulo y su maestro habían sido los causantes de la muerte de su vaca, el hombre relató como, coincidencialmente, el mismo día de su partida, algún maleante, envidioso de su vaca, había degollado salvajemente al pobre animal.

El hombre continuó relatándole a los dos viajeros cómo su primera reacción ante la muerte de la vaca había sido de desesperación y angustia. Por mucho tiempo, la poca leche que producía la vaca había sido su única fuente de sustento. Más aún, el poseer esta vaca les había ganado el respeto de sus menos afortunados vecinos, quienes seguramente envidiaban no contar con tan preciado bien.

Sin embargo, continuó el hombre, poco después de aquel trágico día, nos dimos cuenta que a menos que hiciéramos algo, muy probablemente, nuestra propia supervivencia estaría en peligro. Necesitábamos comer, debíamos buscar otras fuentes de alimento para nuestros hijos, así que limpiamos el patio de la parte de atrás de la casucha, conseguimos algunas semillas y decidimos sembrar vegetales y legumbres con los que pudiésemos alimentarnos.

Después de algún tiempo notamos que la improvisada granja producía mucho más de lo que necesitábamos para nuestro propio sustento, así que comenzamos a venderle a nuestros vecinos algunos de los vegetales que sobraban y con este dinero compramos más semillas. Poco después vimos que nos sobraba suficiente de lo que cosechábamos como para venderlo en el mercado del pueblo. Así lo hicimos y por primera vez en nuestra vida pudimos tener dinero suficiente para comprar mejores vestimentas y arreglar nuestra casa. De esta manera, poco a poco, este año nos ha traído una vida nueva. Es como si la trágica muerte de nuestra vaca, hubiese abierto las puertas a una nueva esperanza.

El joven, quien escuchaba atónito la increíble historia, entendió finalmente la lección que su sabio maestro buscaba enseñarle. Era obvio que la muerte de aquel animal había sido el principio de una vida de nuevas y mayores oportunidades.

El maestro, quien había permanecido en silencio, prestando atención al fascinante relato del hombre, llamó al joven a un lado y le preguntó en voz baja:

– ¿Tú crees que si esta familia aún tuviese su vaca, estaría donde ahora se encuentra?

– Seguramente no, respondió el joven.

– ¿Si ves? La vaca, fuera de ser su única posesión, era también la cadena que los mantenía atados a una vida de conformismo y mediocridad. Al no contar más con la falsa seguridad que les proveía el sentirse poseedores de algo, así no fuese más que una flacuchenta vaca, debieron tomar la decisión de esforzarse por buscar algo más.

– En otras palabras, la misma vaca que para sus vecinos era una bendición, a ellos les daba la sensación de no estar en la pobreza total, cuando en realidad estaban viviendo en medio de la miseria.

– ¡Exactamente! Respondió el maestro. Así es cuando tienes poco, porque lo poco que tienes se convierte en una cadena que no te permite buscar algo mejor. El conformismo se apodera de tu vida. Sabes que no eres feliz con lo que posees, pero no eres totalmente miserable. Estás frustrado con la vida que llevas, mas no lo suficiente como para querer cambiarla. ¿Ves lo trágico de esta situación?

Cuando tienes un trabajo que odias, con el cual no logras satisfacer tus necesidades económicas mínimas y el cual no te trae absolutamente ninguna satisfacción, es fácil tomar la decisión de dejarlo y buscar uno mejor. No obstante, cuando tienes un trabajo que no te gusta, pero que suple tus necesidades mínimas, que te ofrece cierta comodidad pero no la calidad de vida que verdaderamente deseas para ti y tu familia, es fácil conformarte con lo poco que tienes. Es fácil caer presa del “dar gracias ya que por lo menos cuentas con algo… Después de todo, hay muchos que no tienen nada y ya quisieran poder contar con el trabajo que tú tienes.”

Esta idea es una vaca, y a menos que te deshagas de ella, no podrás experimentar un mundo distinto al que has estado viviendo. Estás condenado de por vida a vivir víctima de limitaciones impuestas. Es como si hubieses decidido vendar tus ojos y conformarte con tu suerte.

Todos tenemos vacas en nuestras vidas. Llevamos a cuestas creencias, excusas y justificaciones que nos mantienen atados a una vida de mediocridad. Poseemos vacas que no nos dejan buscar mejores oportunidades. Cargamos con pretextos y disculpas de por qué no estamos viviendo la vida que en realidad queremos vivir. Nos damos excusas que ni nosotros mismos creemos, y que nos dan un falso sentido de estar bien, cuando frente a nosotros se encuentra un mundo de oportunidades por descubrir; oportunidades que sólo podremos apreciar una vez hayamos matado nuestras vacas.

“Qué gran lección”, se dijo a sí mismo el joven discípulo. Inmediatamente pensó en sus propias vacas, en aquellas limitaciones que él mismo se había encargado de adquirir a lo largo de toda su vida. Prometió liberarse de todas las vacas que lo habían mantenido atado a una vida de mediocridad y le habían privado de utilizar su verdadero potencial.

Indudablemente, aquel día, marcaría el comienzo de una nueva vida, ¡una vida libre de vacas!

Capítulo dos – Definamos la vaca

Después de compartir muchas veces esta historia, he llegado a la conclusión de que la vaca simboliza todo aquello que nos mantiene atados a la mediocridad. Representa todo aquello que nos invita al conformismo y por ende nos impide utilizar nuestro potencial al máximo. Lamentablemente, todos cargamos con más vacas de las que estamos dispuestos a admitir, cada una con características especiales. He aquí algunas de las más comunes:

– Las vacas más frecuentes son las excusas con las que pretendemos explicar por qué no hemos hecho algo que sabemos que debemos hacer.

– Una vaca también es una idea con la cual buscamos convencernos a nosotros mismos y a los demás, que la situación no está tan mal como parece. Esto, a pesar de que ya no la podamos soportar ni un minuto más.

La vaca también puede ser un pensamiento irracional que nos paraliza y no nos deja actuar. De hecho, la inmensa mayoría de los temores son vacas.

– En ocasiones, las vacas toman la forma de falsas creencias que no nos permiten utilizar nuestro potencial al máximo.

– Las justificaciones, por lo general, son vacas disfrazadas. Éstas son explicaciones que hemos utilizado por largo tiempo para justificar por qué estamos donde estamos, a pesar de que no quisiéramos estar ahí.

Como ves, las vacas pueden adoptar diferentes formas y disfraces que las hacen perceptibles en mayor o menor grado. En general, toda idea que te debilite, que te dé una salida o te ofrezca una escapatoria para eludir la responsabilidad por aquello que sabes que debes hacer, es seguramente una vaca.

Las excusas son las vacas más comunes; maneras cómodas de eludir nuestras responsabilidades y justificar nuestra mediocridad buscando culpables por aquello que siempre estuvo bajo nuestro control.

Las excusas son una manera de decir: “yo lo hice pero no fue mi culpa”. “Sé que llegué tarde pero la culpa fue del tráfico”, “perdí el examen pero la culpa fue del maestro que no nos dio suficiente tiempo para estudiar”, “no he avanzado en mi trabajo pero la culpa es de mi jefe que no sabe apreciar mis talentos”, “fracasé en mi matrimonio pero la culpa fue de mi esposa que no me supo comprender”. Todas estas

son vacas que lo único que buscan es exonerarnos de toda responsabilidad y colocarnos en el papel de víctimas. (¡Qué vacas!)

Hay tres elementos importantes que debes entender acerca de las excusas:

1. Que si verdaderamente quieres encontrar una disculpa para justificar cualquier cosa, ten la plena seguridad que la hallarás sin mayor dificultad.

2. Cuando comiences a utilizar una excusa (vaca), ten la total certeza que encontrarás aliados. ¡Sí! No importa qué tan increíble y absurda pueda sonar, vas a encontrar personas que la crean y la compartan. Ellas te van a decir, “yo sé como te sientes porque a mí me sucede exactamente lo mismo”.

3. La tercera verdad acerca de las excusas es que una vez las des, nada habrá cambiado en tu vida, ni en tu realidad personal. Tu mediocridad seguirá ahí y el problema que estás evitando enfrentar mediante el uso de esa excusa permanecerá igual. No habrás avanzado hacia su solución, por el contrario, habrás retrocedido.

Sin embargo, el mayor peligro asociado con dar excusas es que cada vez que las utilizas las llevas un paso más cerca de convertirse en tu realidad. Por ejemplo, si con frecuencia utilizas la disculpa “no tengo tiempo” para justificar el por qué no estás haciendo muchas de las cosas que sabes que deberías estar haciendo, descubrirás que poco a poco comenzarás a perder el control total sobre tu tiempo y tu vida. Pasarás a vivir una vida reactiva, de urgencia en urgencia, sin tiempo para trabajar en lo verdaderamente importante. Lo cierto es que las excusas son una manera poco efectiva de lidiar con el peor enemigo del éxito: La mediocridad.

Ciertos pensamientos se convierten en vacas porque nos paralizan y no nos dejan actuar. Muchas veces son ideas que hemos venido repitiendo sin saber por qué, conceptos que escuchamos de otras personas y que la repetición y el tiempo las han convertido en dichos populares que no son más que mentiras revestidas de una fina capa de algo que se asemeja a la verdad.

Un ejemplo de esto es la idea tan común de: “Yo soy una persona realista”. ¿Si ves? Si le preguntas a una persona positiva si ella es optimista, con seguridad te dirá que sí. No obstante, si le preguntas a una persona negativa si ella es pesimista, seguramente te responderá algo así: “Yo no soy pesimista, yo simplemente soy realista”.

¿Ves por qué este pensamiento es una vaca? Si aceptas que eres pesimista, negativo y amargado, es posible que tarde o temprano decidas que necesitas cambiar y optes por

buscar ayuda para hacerlo. Sin embargo, si crees que estás siendo realista, pues lo más probable es que no sientas la necesidad de cambiar. Después de todo, ser realista es tener los pies sobre la tierra y ver las cosas tal como son. O por lo menos eso es lo que los realistas creen. No obstante, si observas con cuidado, te darás cuenta que las denominadas “personas realistas” tienden a ser pesimistas y a tener expectativas negativas. Así que como ves, la vaca “soy una persona realista”, no sólo no te impide ver tu propio pesimismo, sino que actúa como un lente a través de cual ves el mundo que te rodea.

Si te pones unos lentes oscuros, todo lo vas a ver oscuro; si utilizas unos lentes con un tinte verde, todo lo verás verdoso. De la misma manera, el pesimista vive en un mundo negativo y deprimente, mientras que el optimista vive en un mundo positivo y lleno de oportunidades. Sin embargo, los dos están viviendo en el mismo mundo. Las diferencias que ellos observan son sólo el resultado de sus pensamientos dominantes.

Los pesimistas, por ejemplo, tienden a reaccionar negativamente ante todo, casi de manera automática. Su visión de la vida y sus expectativas son casi siempre pobres. Y no es que hayan nacido así, su pesimismo ha sido un comportamiento aprendido o socialmente condicionado por el medio. Las emociones y sentimientos negativos son vacas que inadvertidamente adoptamos a lo largo de nuestra vida. Los hemos aprendido y programado en el subconsciente de manera voluntaria y las consecuencias son desastrosas.

La buena noticia es que así en el pasado hayamos permitido que nuestro entorno, o aquellas personas que se encuentran a nuestro alrededor, nos hayan condicionado para el fracaso, hoy podemos cambiar de actitud y reprogramar nuestra mente para el éxito (esto es lo que yo llamo matar la vaca).

Los pensamientos negativos son vacas que no sólo te mantienen atado a la mediocridad, sino que poco a poco destruyen tu vida. Generan fuerzas y sentimientos nocivos dentro de ti, que suelen evidenciarse no sólo en estados emocionales dañinos y perjudiciales, sino que también se manifiestan en males y aflicciones físicas, tales como úlceras, males del corazón, hipertensión, problemas digestivos, migrañas y otras aflicciones. Los pensamientos hostiles y de enojo, por ejemplo, suben la presión arterial, mientras que el resentimiento y la tristeza debilitan el sistema inmune del cuerpo.

Ciertamente, la vaca del pesimismo tiene efectos devastadores para la salud física y mental. ¿Te has dado cuenta que aquellas personas que constantemente se quejan por todo, son las mismas que suelen enfermarse con mayor frecuencia?

Martín Seligman, profesor de la Universidad de Pennsylvania, asevera que los pesimistas sufren más infecciones y enfermedades crónicas y que su sistema inmunológico no responde tan bien como el de la persona optimista y positiva. Un estudio realizado por la Universidad de Harvard demostró que aquellas personas que a los 25 años de edad ya exhibían una actitud pesimista, habían sufrido en promedio un mayor número de enfermedades serias a la edad de los 40 y 50 años.

¿Qué efectos positivos pueden generarse como resultado de matar la vaca del pesimismo? En otro estudio realizado por un grupo de investigadores del hospital King’s College de Londres, con 57 mujeres que sufrían de cáncer del seno y quienes habían recibido una masectomía, se encontró que siete de cada diez mujeres de aquellas que poseían lo que los doctores llamaban un «espíritu de lucha» diez años más tarde aún vivían vidas normales, mientras que cuatro de cada cinco de aquellas mujeres que en opinión de los doctores «habían perdido la esperanza y se habían resignado a lo peor», poco tiempo después de haber escuchado su diagnóstico, habían muerto. Así que como ves, muchas de estas vacas no sólo están afectando nuestra actitud y nuestra vida emocional, sino que nos pueden estar robando nuestra vida.

Algunas vacas suelen convertirse en adagios populares que muchas veces adoptamos como si fueran fórmulas infalibles de sabiduría, pero que no son mas que ideas erradas que no nos dejan progresar. Dichos como: “Perro viejo no aprende nuevos trucos” o “árbol que nace torcido nunca su tronco endereza” popularizan dos ideas equívocas y absurdas: Buscan hacernos creer que existe una edad después de la cual es imposible aprender algo nuevo, o que hay ciertos hábitos o comportamientos imposibles de cambiar. Estas dos ideas no sólo nos desempoderan, sino que terminan por enceguecernos ante la grandeza de nuestra propia capacidad de aprender y cambiar.

Lo más curioso acerca de esta clase de vacas es que muy pocas veces cuestionamos la supuesta sabiduría que encierran. Asumimos que si se han convertido en adagios populares debe ser porque guardan una profunda verdad. No obstante, en muchas ocasiones lo que los ha convertido en dichos populares es el ser vacas compartidas por un gran número de personas. Por ejemplo, ¿te has preguntado si los siguientes refranes encierran alguna verdad, o si sólo son vacas que oportunamente utilizamos para justificar una situación de conformismo que parece afectar a muchos?

– Es mejor malo conocido que bueno por conocer.

– Unos nacen con buena estrella y otros nacimos estrellados.

– Lo importante no es ganar o perder sino haber tomado parte en el juego.

Así que antes de apresurarte a utilizar cualquiera de estas supuestas “joyas de la sabiduría popular”, asegúrate de no estar perpetuando en tu vida aquellas vacas que lo único que están logrando en tu vida es hacer más llevadero el conformismo. Después de todo recuerda que mal de muchos… consuelo de tontos.

Ahora bien, las vacas más recurrentes, y las que peores resultados traen a nuestras vidas, son las falsas creencias sobre lo que podemos o no, hacer y lograr en nuestra vida; limitaciones que nosotros mismos nos encargamos de adoptar sobre nuestras propias capacidades, talentos y habilidades.

Por ejemplo, si en tu mente reposa la creencia de que no podrás triunfar en la vida porque no contaste con la buena fortuna de haber asistido a la escuela, con seguridad esta idea gobernará tu vida, tus expectativas, decisiones, metas y manera de actuar. Esta falsa creencia se convertirá en un programa mental que desde lo más profundo de tu subconsciente regirá todas tus acciones.

¿Si ves? Tus creencias determinan tus expectativas, tus expectativas influyen en tu manera de actuar, y tu manera de actuar determina los resultados que obtendrás en tu vida. Las creencias limitantes generan bajas expectativas que producen pobres resultados. ¿Te das cuenta del peligro que representan estas vacas?

¿Cómo llegan estas ideas (vacas) a convertirse en creencias limitantes? ¿Cómo logran estas ideas absurdas tomar control de nuestro destino? Observa la manera tan sencilla como esto ocurre. La persona saca conclusiones erradas a partir de premisas equívocas que ha aceptado como ciertas. Observa cómo funciona este mecanismo:

Primera premisa: Mis padres nunca fueron a la escuela. Segunda premisa: Mis padres no lograron mucho en la vida. Conclusión: Puesto que yo tampoco fui a la escuela,
seguramente tampoco lograré mucho con mi vida.

¿Ves los efectos tan devastadores que pueden tener estas generalizaciones que nosotros mismos nos hemos encargado de crear con nuestro diálogo interno? Podemos crear uno de los círculos viciosos más autodestructivos que podamos imaginar, ya que entre más incapaces nos veamos a nosotros mismos, más inútiles nos verán los demás. Nos tratarán como incapaces, lo cual sólo confirmará lo que ya sabíamos de antemano: Lo inútiles que éramos.

Lo cierto es que el hecho de que tus padres no hayan logrado mucho, puede no tener nada que ver con el que hayan ido o no a la escuela. Inclusive, aunque así fuera, eso

no significa que contigo vaya a suceder lo mismo, o que tú no puedas cambiar dicha situación.

Así que cuestiona toda creencia que exista en tu vida. No aceptes limitaciones sin cuestionar si son ciertas o no. Recuerda que siempre serás lo que creas ser. Si crees que puedes triunfar, seguramente lo harás. Si crees que no triunfarás, ya has perdido. Es tu decisión.

La última clase de vaca a la que quiero referirme es a las justificaciones. Estas vacas tienen un efecto paralizante que no nos dejan actuar. La razón es muy sencilla: mientras puedas justificar algo, no te verás en la necesidad de remediarlo. Por ejemplo, analiza la siguiente justificación: “Yo sé que debería compartir más tiempo con mis hijos, pero la verdad es que llego demasiado cansado del trabajo. Después de todo, trabajo para proveerles un mejor estilo de vida y con ello les estoy mostrando que los amo”.

A simple vista, esta vaca parece real y es posible que algunos de los lectores que la están cargando puedan estar pensando lo mismo. Si la utilizas, es posible que hasta encuentres aliados, y dependiendo de la cara con que la digas y el tono de voz que utilices, es posible que logres situarte en el papel de víctima que sufre la injusticia de no poder pasar más tiempo con sus hijos. Pero lo cierto es que no es mas que una vaca, ya que todos nosotros podemos emplear más tiempo con nuestros hijos. Y con un poco de creatividad y disciplina te darás cuenta que es más fácil de lo que crees.

Si ésta es tu vaca, sé creativo e ingéniate la manera de involucrar a tus hijos en algunas de tus actividades; busca compartir más con ellos durante las comidas, dedícales unos minutos cada noche para preguntarles sobre su día antes que se vayan a dormir, organiza actividades recreativas durante los fines de semana que te permitan crear una relación de mayor cercanía y amistad con ellos. No basta con proveerles sus necesidades básicas a costa de privarlos de tu afecto.

Otra excusa (vaca) que algunos padres utilizan para justificar esta misma situación es la siguiente: “Lo importante no es la cantidad de tiempo que pase con mis hijos, sino la calidad.” Ésta es una vaca terrible, ya que te da vía libre para que germine en tu mente la idea de que en realidad no es necesario pasar más tiempo con nuestros hijos; que mientras logremos convencernos que estamos dándoles calidad de tiempo (independientemente de lo que esto quiera decir), la cantidad no tiene mayor importancia. ¿Te das cuenta lo peligroso de esta vaca? Porque lo cierto es que en nuestra relación con nuestros hijos la cantidad de tiempo que pasemos con ellos es tan importante como la calidad. Es más, si yo tuviese que elegir una de ellas, elegiría cantidad.

Si tienes dudas al respecto trata de visualizar la siguiente situación: Imagínate que entras a un restaurante con un amigo y los dos piden un filete de pescado. A tu amigo le traen un enorme filete, grueso y jugoso, mientras que a ti te traen un pequeño filete que no es ni la quinta parte del que le ha tocado a tu amigo. Al hacer el reclamo, el mesero te responde: “Ah, señor, la explicación es muy sencilla, su filete es de mejor calidad”. No sé tú que responderías en tal situación, pero sin duda, yo le dejaría saber que para mí la cantidad es tan importante como la calidad y demandaría una porción mayor.

En la relación con tus hijos, es posible que ellos no te reclamen con frecuencia una porción de tiempo mayor de la que les puedas estar dando hoy, pero ten la plena seguridad de que si no se la estás ofreciendo voluntariamente, ellos lo están resintiendo.

Como puedes ver, es fácil apropiarnos de un sinnúmero de vacas que lo único que logran es limitarnos y detenernos de vivir nuestra vida al máximo.

¿Qué hace que un ser humano, voluntariamente, mantenga en su vida una vaca, a pesar de saber que le está privando de vivir una vida plena y feliz? Parece ilógico conservar algo que va en detrimento de nuestra propia felicidad.

Lo cierto es que muchas personas no son conscientes de las vacas que tienen; otras son conscientes de ellas, pero continúan cuidándolas y alimentándolas, porque las vacas nos proveen una zona de comodidad en la cual es fácil aceptar la mediocridad como alternativa de vida.

Cuando cargamos con una vaca a cuestas, ésta termina por despojarnos de la total responsabilidad por nuestro éxito y deposita la culpabilidad por nuestra situación fuera de nosotros mismos. De repente, la culpa de nuestra mala suerte es de otras personas, de las circunstancias o del destino. Sin ninguna vaca que justifique nuestra mediocridad, sólo tendríamos dos opciones: aceptar total responsabilidad por nuestras circunstancias y cambiar (¡éxito!), o aceptar que somos incapaces de tomar control de nuestra vida y resignarnos (¡fracaso!). Sin embargo, las vacas nos dan una tercera opción, aún peor que la segunda: nos convierten en personas con buenas intenciones, a quienes infortunadamente la suerte no les ha sonreído; pobres víctimas de un destino cruel (¡mediocridad!).

Entonces, como ves, la mediocridad es peor que el fracaso total. Éste al menos te obliga a evaluar otras opciones. Cuando has tocado fondo, y te encuentras en el punto más bajo de tu vida, la única opción es subir. La miseria absoluta, el fracaso total, el tocar fondo, te obligan a actuar.

No obstante, con el conformismo sucede todo lo contrario, puesto que éste engendra mediocridad y a su vez, la mediocridad perpetúa el conformismo. El gran peligro de la mediocridad es que es soportable, es vivible. Hace algún tiempo escuché una historia que ilustra muy bien este punto.

Una persona llegó a la casa de un viejo granjero, quien era muy aficionado a la cacería. Junto a la puerta de su casa se sentaba uno de sus perros. Sin embargo, era evidente que el perro no estaba cómodo, algo le molestaba y lo tenía irritado, ya que ladraba y se quejaba sin parar. Después de unos minutos de ver el evidente estado de incomodidad y dolor que exhibía el animal, el visitante le preguntó al granjero qué podría estarle sucediendo al pobre animal.

– No se preocupe, ni le preste mayor atención. Ese perro lleva varios años en las mismas.

– Pero… ¿nunca lo ha llevado a un veterinario a ver qué puede estarle sucediendo?, Inquirió el visitante.

– Oh no, yo sé qué es lo que le molesta, respondió el granjero. Lo que sucede es que es un perro muy perezoso.

– ¿Qué tiene eso que ver con sus quejas?

– Lo que sucede es que justo donde está acostado se encuentra la punta de un clavo que sale del piso, lo pincha y lo molesta cada vez que se sienta, y por eso es que ladra y se queja.

– Pero… y ¿por qué no se mueve a otro lugar?

– Porque seguramente no le molesta lo suficiente.

Este es el gran problema con la vaca del conformismo y la mediocridad, que siempre nos molesta y nos incomoda, pero no lo suficiente como para que decidamos cambiar. Así que decide ya mismo deshacerte de todas las vacas que te están robando la posibilidad de vivir una vida de plenitud.

Capítulo Tres – Algunas de las vacas más comunes

Existen diferentes clases de vacas. A pesar de que todas ellas se caracterizan por lo mismo, vienen revestidas de diferentes matices. A continuación quiero compartir algunas de las vacas más comunes que he encontrado. No las escribo aquí para que las adoptes, sino para que te ayuden a identificar tus propias vacas, de manera que puedas deshacerte de ellas.

1. Las vacas “justificadoras de la mediocridad”:

– Yo estoy bien… Hay otros en peores circunstancias.

– Odio mi trabajo, pero hay que dar gracias que por lo menos lo tengo.

– No tendré el mejor matrimonio del mundo, pero por lo menos no estamos peleando todos los días.

– No tendremos mucho, pero al menos no nos falta la comida.

– Apenas pasé el curso, pero por lo menos no lo perdí. Quizás es hora de aceptar que no soy tan inteligente como los demás.

2. Las vacas de “la culpa no es mía”:

– Para la poca educación que tuve no me ha ido tan mal. Lástima que mis padres no hubiesen tenido más visión.

– Si mis padres no se hubiesen divorciado, quizás me hubiese ido mejor.

– Mi problema es que mi esposo no me apoya.

– Mi problema es que mi esposa es muy negativa.

– Es que en este país no hay apoyo para el empresario.

– Yo tengo buenas intenciones pero con esta economía pues… ni modos.

– Lo que sucede es que no tuve profesores que me motivaran para salir adelante.

3. Las vacas de las falsas creencias:

– Como mi papá era alcohólico, con seguridad para allá voy yo.

– Pues yo no he querido tener mucho dinero porque el dinero corrompe.

– Entre más tiene uno, más esclavo es de lo que tiene.

– Los ricos son infelices y entre más tienen, menos contentos están con lo que tienen.

4. Las vacas que buscan excusar lo inexcusable:

– Es que no me queda ni un minuto libre.

– Lo que pasa es que a las mujeres nos toca el doble de difícil que a los hombres.

– Es que no quiero empezar hasta no estar absolutamente seguro.

– Quisiera leer más, pero no tengo tiempo.

– Es que no quiero empezar hasta que no sepa cómo hacerlo perfectamente.

5. Las vacas de la impotencia:

– Lo que sucede es que yo nunca he sido bueno para eso.

– Es que el éxito no es para todo el mundo.

– Lamentablemente lo mío es genético. No hay nada que yo pueda hacer.

– Lo que uno no aprende de pequeño es muy difícil quererlo aprender de grande.

– Mi problema es que soy muy tímida. Creo que esto es de familia ya que mi madre también era así.

6. Las vacas filosofales:

– No he actuado, porque yo soy de los que cree que si vamos a hacer algo, o lo hacemos bien o no lo hacemos… y en este momento no creo poderlo hacer tan bien como quisiera.

– Si Dios quiere que triunfe, Él me mostrará el camino. Hay que esperar con paciencia.

– ¿Qué se puede hacer? Unos nacieron con buena estrella y otros nacimos estrellados.

7. Las vacas del autoengaño:

– El día en que decida que quiero dejar de fumar, lo dejo sin ningún problema. Lo que pasa es que no he querido.

– No es que a mí me guste dejar todo para el último minuto, lo que sucede es que yo trabajo mejor bajo presión.

– Lo importante no es ganar sino haber tomado parte en el juego. (¡Qué vaca!)

Capítulo Cuatro – Los orígenes de las vacas

Las vacas con que cargamos a cuestas no se generan porque deliberadamente nos hayamos puesto en la tarea de aprenderlas. Es más, tan absurdo como pueda parecer, ellas son el resultado de intenciones positivas. Detrás de todo comportamiento, sin importar que tan autodestructivo pueda parecer, subyace una intención positiva para con nosotros mismos. Nosotros no hacemos nada simplemente por causarnos daño, sino porque creemos que de alguna manera estamos derivando un beneficio de ello.

Por ejemplo, la persona cuya vaca es: “El día en que decida que quiero dejar de fumar, lo dejo sin ningún problema. Lo que sucede es que no he tomado la decisión de dejarlo”, utiliza este autoengaño para proteger su baja autoestima y ocultar su incapacidad para deshacerse de este mal hábito.

Su vaca le da la sensación de estar en control de su mal hábito y no que su mal hábito esté en control de ella. ¿Te das cuenta del peligro de una vaca como esta? Literalmente puedes cargar con ella toda tu vida, sin nunca sentirte mal de tu impotencia, ni hacer nada para remediar dicha situación.

Como ésta, muchas de las otras creencias limitantes que arrastramos con nosotros a lo largo de nuestra vida, han sido el resultado de buenas intenciones. Observa lo fácil que se adquiere una vaca. Digamos que esta vaca suena así: “Yo no sirvo para esto.”

Esta vaca es muy común entre las personas y comienza de manera casi inconsciente. La persona aprende a hacer bien una tarea, una profesión o un oficio. Disfruta haciéndolo, desarrolla un talento especial para ello y después de algún tiempo piensa: “Para esto es que yo sirvo”.

¿Te das cuenta lo que acaba de suceder? Al llegar a esta conclusión, a esta realización, sin quererlo la persona comienza a pensar que quizás ese es su talento, su llamado en la vida, su verdadera y única vocación. Asume que en ninguna otra área podrá ser tan efectiva como en ésta, y deja de buscar su desarrollo en otras áreas. Comienza a dar excusas (vacas), encuentra razones (más vacas) para tratar de explicar sus limitaciones y hace afirmaciones tales como:

– Es que yo siempre he sido así.

– No nací con el talento para aquello.

– No tengo el cuerpo que se necesita para eso.

– No poseo la personalidad adecuada.

Y así, inadvertidamente, crea limitaciones que no le permiten expandir su potencial. Sin embargo, el verdadero problema está muy lejos de ser físico, congénito o de personalidad. El problema real son los programas mentales que hemos guardado en el archivo de nuestro subconsciente, y que actúan como mecanismos de defensa que nos ayudan a salvaguardar la imagen que podamos tener de nosotros mismos.

¿Si ves? Estas son vacas, porque no es que creas que no eres bueno para nada. Lo que sucede es que estás convencido que eres bueno para una sola cosa y que, lo demás, no es algo para lo cual tengas un talento innato.

Tu vaca de: “para esto es que yo sirvo”, te da cierto sentido de tranquilidad, porque sabes que por lo menos para una cosa eres bueno. Y para reforzar aun más esta idea, te recuerdas con frecuencia que “no todo el mundo puede ser bueno para todo”. No obstante, la verdad es que todos nosotros tenemos la capacidad de ser buenos para muchas otras cosas. Muchas más de las que estamos dispuestos a aceptar. Sin embargo, nunca lo descubriremos a menos que matemos nuestra vaca de “para esto es que yo sirvo”.

Otras limitaciones (vacas) son el resultado de experiencias pasadas que han perdido validez. A lo mejor, cuando tenías seis años te pidieron que pasaras a recitar una poesía frente a la clase y tu profesor se rió, o algunos compañeros se burlaron de ti, lo cual, como es de esperarse, te hizo sentir mal y desde ese momento dejaste de recitar frente a otras personas o hablar en público, para evitar pasar por más vergüenzas frente a tus compañeros de clase y para evadir las críticas de otras personas.

Después de muchos años de permitir que esta vaca creciera y engordara en el establo de tu mente, llegaste a aceptar que hablar en público no era una de tus aptitudes, que simplemente no tenías el talento para hacerlo. Y el escuchar que no eres la única persona afligida por este mal, te da la tranquilidad de saber que no estás solo.

Hoy, con cuarenta años de edad, cuando alguien te pide que realices una breve presentación en tu trabajo, o que hables cinco minutos del proyecto en el cual estás trabajando, tú respondes: “Mira, pídeme que realice todo el trabajo, si deseas lo escribo y lo imprimo, o si quieres me encargo de toda la investigación necesaria, pero no me pidas que me pare frente al grupo (que son seis personas) y hable, así sólo sean cinco minutos, porque en ese campo mis habilidades son cero”.

Es posible que lleves más de treinta años sin tratar de hacerlo, pero tú asumes que tus aptitudes para hacerlo deben ser las mismas que cuando tenías seis años, lo cual es absurdo, por supuesto.

Así permitimos muchas veces que una vaca que se encuentra en nuestra mente hace muchos años y que hoy posiblemente no tiene ninguna validez, nos diga qué podemos hacer y qué no.

Lo que quiero que entiendas es que muchas de las limitaciones (vacas) que tienes en este momento, no son físicas, ni tienen que ver con tu capacidad mental, tus dotes o tus talentos, sino con creencias limitantes, que en su mayoría son ideas erradas acerca de tu verdadero potencial y de lo que es o no es posible.

Recuerda que toda idea errada que mantengamos en nuestro subconsciente por largo tiempo y validemos con nuestras acciones, se convierte en una forma de auto- hipnosis.

Esto es precisamente lo que detiene a muchas personas para triunfar. A través de esta forma de auto-hipnosis ellas han archivado en su mente toda una serie de falsas creencias e ideas que, quizás en algún momento fueron válidas, pero que ahora ya no lo son. Sin embargo, puesto que aún no han sido borradas, continúan ejerciendo su efecto limitante desde lo más profundo de tu mente subconsciente.

Capítulo Cinco – Cuando nuestras vacas han sido regalos de otras personas.

Curiosamente, muchas de las vacas que nos mantienen atados a una vida mediocre han sido obsequios de otros. Muchos de nosotros, con frecuencia caemos víctimas de las influencias negativas de otras personas; aceptamos su programación negativa (vaca) sin cuestionamientos. Al hacer esto, permitimos que ellos siembren en nuestra mente falsas creencias que nos limitan física, emocional e intelectualmente.

Estas ideas, las cuales han sido programadas por nuestros padres, profesores, familiares, amigos, o inclusive por perfectos desconocidos, terminan por hacernos creer que somos personas comunes y ordinarias. Es por esto que hoy nos resulta difícil creer que poseemos el potencial necesario para triunfar y alcanzar grandes metas.

Es como si los fracasos del pasado hubiesen cerrado para siempre las puertas de la oportunidad de éxitos futuros. Sin embargo, ten presente que el futuro no tiene que ser igual al pasado, ya que siempre podemos cambiar, aprender y crecer. Tristemente, cuando la mayoría de nosotros nos graduamos de la escuela secundaria, ya hemos sido casi que totalmente programados para la mediocridad. Sé que suena duro, pero es cierto.

Es mas, en su libro Aprendizaje acelerado para el siglo XXI, Colin Rose y Malcolm J. Nicholl presentan los resultados de un estudio que mostró que más del 82% de los niños que entran a la escuela a la edad de cinco o seis años, tienen una gran confianza en su habilidad para aprender. Sin embargo, a los 16 años de edad el porcentaje que aún muestra esta confianza en sus propias habilidades, se ha reducido a tan solo un 18%. Es inconcebible que durante nuestros años de formación escolar, cuando debemos desarrollar nuestro potencial al máximo, desarrollemos en cambio tantas limitaciones y falsas creencias acerca de nuestras propias habilidades. Lo peor de todo es que de ahí en adelante nos acompaña una tendencia casi inalterable a aceptar la mediocridad en todas las áreas de nuestra vida.

Expresiones como:

– Tengo una relación de pareja infeliz, pero yo creo que así deben ser todos los matrimonios.

– Quisiera empezar una nueva carrera, pero soy demasiado mayor para cambiar. Además, jamás hice otra cosa.

– Odio mi profesión, pero debo estar agradecido que por lo menos tengo trabajo.

– Tengo un pésimo estado físico, pero según escucho en los medios, así están la mayoría de las personas.

Todas estas expresiones denotan una aceptación de la mediocridad como alternativa viable. Terminamos por aceptar matrimonios que andan bien en lugar de buscar una relación de pareja extraordinaria, porque desde pequeños hemos aprendido que los matrimonios extraordinarios no existen, son casi imposibles, o si se dan, pues otra cosa seguramente va a andar mal. Y así, muchas parejas viven durante años y hasta décadas, en matrimonios mediocres porque no creen que puedan hacer algo para cambiar dicha situación.

Si desde temprana edad escuchaste en casa que querer ganar mucho dinero era señal de codicia y producía infelicidad y que lo más prudente era contentarse con lo poco que uno tenía, porque era mejor tener poco y ser feliz que querer tener mucho y ser infeliz, pues no te sorprenda que hoy tengas poco.

La repetición constante de expresiones como éstas, pronto las convierte en programas mentales que dirigen nuestra manera de pensar y actuar. Con el tiempo, estas acciones se convierten en hábitos que poco a poco moldean nuestro destino. Así que son estas vacas las que están moldeando tu destino. Recuerda el hermoso poema de Amado Nervo que dice:

“…Porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino.
Que si extraje la hiel o la miel de las cosas es porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas.
Cuando planté rosales, siempre coseché rosas…”

Capítulo Seis – Cómo matar nuestras vacas

Empecemos por entender que las vacas no existen en la realidad, y que sólo están en el pensamiento. En otras palabras, las vacas no son realidades o limitaciones físicas sino ideas que albergas en tu mente.

Frecuentemente me refiero a un ejemplo que da viva muestra de esto. Por muchos años el record en la carrera de la milla no bajó de los cuatro minutos. En 1903, el director de los juegos olímpicos había profetizado: “el record de la milla es de 4 minutos 12.75 segundos, un récord que tal vez nunca será superado”. De otro lado, los atletas escuchaban de los médicos y científicos que era físicamente imposible para un ser humano pretender correr una milla en menos de cuatro minutos. Así que por casi sesenta años los mejores atletas llegaron muy cerca de esta marca, pero nunca lograron superarla. ¿Por qué? Porque era imposible, los médicos habían dicho que era imposible, los científicos habían concluido que el cuerpo no soportaría tal esfuerzo y que el corazón literalmente podría explotar.

Todo cambio el día en que el joven corredor británico Roger Bannister corrió la milla en menos de cuatro minutos y sobrevivió. El mito se había roto (una vaca acababa de morir). Cuando esta noticia le dio la vuelta al mundo algo sorprendente sucedió: menos de cuatro meses después de que Bannister realizara esta asombrosa hazaña, seis personas más ya habían corrido la milla en menos de cuatro minutos. Es más, en una misma carrera tres corredores llegaron con registros por debajo de los cuatro minutos. Y esto no ocurrió porque de repente el ser humano se hubiese convertido en un ser más rápido, sino porque entendió que no era una imposibilidad física sino una barrera mental. Lo único que hicieron estos atletas fue desalojar de su mente las creencias limitantes (vacas) que los habían detenido para utilizar su verdadero potencial durante más de cinco décadas.

Tú puedes hacer lo mismo. Lo único que necesitas es identificar las falsas creencias que han venido limitando tu vida hasta ahora y reemplazarlas por ideas que te empoderen, que te permitan utilizar el poder que ya reside dentro de ti y que sólo espera ser utilizado para ayudarte a alcanzar tus metas más ambiciosas.

Las vacas tampoco son otras personas. Si tú crees que tu vaca es tu esposo(a), o tu padre u otra persona, estás equivocado. Tu vaca no es esa persona, tu vaca es una idea o un concepto errado que involucra a esa persona.

Digo esto, porque en una conferencia, una señora se acercó a mí y me dijo: “Dr. Cruz
¡mi vaca es mi esposo!” Yo le pregunté el por qué de tal afirmación. Ella me respondió: “Yo no he podido hacer nada con mi vida, porque mi esposo no me apoya”.

Le respondí: Tu vaca no es tu esposo, tu vaca es creer que sin el apoyo de tu esposo no serás capaz de hacer algo con tu vida, lo cual es absurdo.

¿Si ves? Esta idea es una vaca justificadora que no sólo te provee con una excelente excusa para no hacer nada, sino que te sitúa en el papel de víctima, como mencionábamos anteriormente. Digo que es una vaca, porque si lo que decidas hacer con tu vida, depende de que cuentes o no con el apoyo de otras personas, pues vas a lograr muy poco. Tu éxito no puede depender de otras personas que decidan apoyarte, que aprueben las decisiones que has tomado o que estén entusiasmadas con el camino que has elegido seguir. La única persona que puede y debe estar entusiasmada con tus metas y decisiones eres tú.

Así que es importante entender que las vacas sólo existen en el pensamiento. De manera que cuando hablo de matar la vaca, me refiero a eliminar una excusa, cambiar un hábito, modificar un patrón de pensamiento o establecer un nuevo comportamiento en nuestra vida. En otras palabras, cambiar nuestra manera de pensar y actuar, no tratar de cambiar la manera de pensar y actuar de otras personas.

Es más, una de las peores vacas que puedes tener es creer que a menos que otros cambien tú no podrás triunfar. Recuerda, la única persona que tú puedes cambiar eres tú.

¿Cómo podemos deshacernos de nuestras vacas? Es simple, lo único que necesitamos hacer es despertar a la realidad de que quizás los programas y creencias que han guiado nuestras acciones y expectativas hasta ahora no han sido los correctos. Debemos ser conscientes de que es posible que hayamos sido programados para aceptar la mediocridad. Es preciso tomar la decisión de no continuar viviendo una vida de negación, pretendiendo que todo está bien, e identificar aquellas vacas que nos están deteniendo en nuestro camino al éxito.

El siguiente paso es entender que a pesar de haber sido programados para la mediocridad, hemos sido creados para la grandeza; y aún cuando somos personas comunes y ordinarias podemos lograr cosas extraordinarias. Sólo es necesario abrir nuestra mente a la posibilidad de cambiar y crecer. Es entender que nuestro futuro no tiene por qué ser igual a nuestro pasado y que es posible cambiar y construir así un nuevo futuro ¡libre de vacas!

A continuación quiero presentarte cinco pasos que puedes utilizar para matar tus vacas:

1. Identifica tu vaca. Toma el tiempo necesario para identificar tus vacas. Haz una pausa en el agitado camino de la vida para realizar este proceso de auto- evaluación. No esperes que tus vacas te salten al frente, esperando ser sacrificadas.

Este primer paso es uno de los más difíciles, ya que a nadie le gusta aceptar que tiene vacas. ¿Te has dado cuenta cómo las vacas de otros son excusas absurdas que vergonzosamente buscan justificar lo injustificable, mientras que las vacas propias son circunstancias verdaderas que ilustran lo injusto de una situación en la cual nosotros somos las víctimas?

Anteriormente decía que las vacas sólo existen en el pensamiento. No obstante, ellas suelen manifestarse en nuestros comportamientos y nuestros hábitos. Así que este primer paso requiere que tomes un pedazo de papel y durante la siguiente semana tengas tus antenas puestas para detectar la aparición de cualquier vaca en tu diario vivir. Recuerda que las vacas siempre vendrán disfrazadas de excusas, justificaciones, pretextos, mentiras, disculpas, evasivas, escapatorias, falsas creencias, limitaciones y miedos.

Puedes utilizar la lista del capítulo tres para aprender a identificar tus vacas. Tómate una semana o más, porque muchas vacas las tenemos pero no somos conscientes de ellas y si tratas de sentarte a identificarlas de un solo envión, se te van a escapar muchas de ellas. Aunque en ocasiones sea difícil describir tus vacas, siempre las reconocerás cuando las estés viendo.

Por ejemplo, cuando le pregunto a cualquier persona si sufre de “excusitis”, generalmente me dice que no. Sin embargo, si les pido que tomen un día y, conscientemente cuenten las veces que dieron una excusa por algo, regresan sorprendidas de la cantidad de excusas que dan todo el día y a todo momento. Así que toma el tiempo suficiente en este primer paso.

2. Determina las creencias que esta vaca representa. Examina tu lista y analiza qué creencias limitantes o paradigmas errados yacen bajo estas excusas. Pregúntate por qué se encuentran en tu lista. ¿Quién las puso allí?
¿Dónde las aprendiste? Además, piensa si estas razones son reales o no, si tienes sentido o son irracionales.

Como ya lo mencionara, muchas de nuestras vacas las adquirimos durante nuestros años de formación escolar, durante la niñez y adolescencia y las

hemos venido cargando por tanto tiempo que hemos terminado por aceptarlas como verdades incuestionables. Sin embargo, ya sea que las hayamos adquirido voluntariamente o hayamos permitido que alguien más nos las haya obsequiado, toda vaca oculta una idea que creemos cierta.

Por ejemplo, la persona que a toda nueva iniciativa o propuesta responde “no tengo tiempo”, puede en realidad estar ocultando un problema aun mayor. Esta excusa puede ser simplemente una manera fácil de ocultar su miedo al fracaso o su inseguridad sobre sus propias habilidades para llevar a cabo dicha iniciativa. En tal caso, la verdadera vaca no es la falta de tiempo sino el miedo al fracaso o sus propias inseguridades.

Así que busca las verdaderas raíces de tus vacas. Y si encuentras que cierta excusa, justificación o generalización que utilizas frecuentemente no representa una creencia real en tu vida, elimínala inmediatamente de tu vocabulario. Es increíble, pero con este segundo paso podrás deshacerte de la mitad de las vacas que hoy pueden encontrarse en tu mente.

3. Haz una lista de todas las cosas negativas que la presencia de estas vacas te están representando. Muchas veces cargamos con ciertas vacas, porque no somos conscientes de todo lo negativo que ellas representan en nuestra vida. Sabemos que son vacas, pero no creemos que nos estén haciendo demasiado daño. Pero lo cierto es que toda vaca nos limita. Así que para cada vaca que identificaste anteriormente quiero que escribas frente a ella todo lo que te ha costado tenerla.

Escribe todas las oportunidades perdidas; identifica los fracasos que han sido el resultado directo de mantener estas vacas; detalla todas los temores irracionales que experimentas de manera cotidiana como resultado de esa vaca que has cargado por décadas.

Si no das este paso, es posible que no sientas la necesidad imperiosa de deshacerte de tus vacas. Recuerda que, como ya lo he mencionado en otros de mis libros, quizás las dos fuerzas de mayor motivación en nuestra vida son el deseo de triunfar y el temor al fracaso. Nuestra vida está guiada, en parte por lo que más queremos, y en parte, por lo que más tememos. Y siempre buscaremos hacer aquellas cosas que nos produzcan placer y evitaremos hacer aquellas cosas que nos produzcan dolor.

Es más, nuestra mente hará más por evitar dolor que por experimentar placer. Entonces, a menos que sientas el dolor de estas oportunidades perdidas y este

estado de mediocridad, no sentirás la necesidad de abandonar tu conformismo y matar tu vaca, o tus vacas.

Una vez hagas la lista de todo el mal ocasionado por la presencia de estas vacas, quiero que la leas una y otra vez; quiero que sientas el dolor de saber que la elección por esta vida de mediocridad ha sido sólo tuya. Interioriza este dolor, siéntelo en la boca del estómago y entiende que lo puedes disfrazar e inclusive ignorar por algún tiempo, pero que mientras no mates tus vacas siempre estarán ahí. Imagínate cargar con este dolor por el resto de tu vida,
¿tiene sentido? ¿Estás dispuesto a pagar este precio? Si quieres deshacerte de este dolor, simplemente toma la decisión de deshacerte de tus vacas.

4. Haz una lista de todos los resultados positivos que vendrán como consecuencia de matar tu vaca. Ahora quiero que por un momento te des la oportunidad de visualizar una vida libre de vacas. Escribe todas las nuevas oportunidades que vendrán como resultado de matar tu vaca, o tus vacas.
¿Qué nuevas aptitudes podrás desarrollar? ¿Qué nuevas aventuras te permitirás vivir? ¿Qué nuevos sueños te atreverás a soñar y perseguir como resultado de no contar más con todas esas vacas que te mantenían atado a una vida de mediocridad?

Escribe todo esto porque lo vas a necesitar. Matar tus vacas no es tan fácil como parece. Deshacerte de una vaca exige disciplina, dedicación y constancia. En ocasiones te sentirás frustrado, porque caerás nuevamente en los mismos viejos hábitos y deberás levantarte y empezar de nuevo. Esta lista que te estoy pidiendo que hagas en este cuarto paso, te servirá de inspiración cuando te sientas desfallecer. Léela siempre que desees ver cuál es el premio por deshacerte de estas vacas, así que cárgala contigo a todo instante.

5. Define nuevos patrones de comportamiento. Muchas personas matan su vaca y se quedan con el cuero; mantienen vivo el recuerdo de esta vaca. Ahora bien, como las vacas sólo existen en el pensamiento, es posible que estos recuerdos se regeneren y engendren nuevas vacas. ¿Qué puedes hacer? Crea un nuevo patrón de comportamiento que te permita lidiar con estas vacas recurrentes en caso que alguna de ellas vuelva a dar señales de vida y mantente alerta para que no suceda nunca más.

Frente a cada una de tus vacas escribe las acciones específicas que piensas llevar a cabo para deshacerte de ellas y también escribe cómo vas a responder en caso de que esta vaca volviera a nacer. Por ejemplo, si tu vaca ha sido la excusa: “Yo no sirvo para eso porque ya estoy muy viejo”, de ahora en adelante, cada vez que te sorprendas pensando o diciendo esto quiero que

interrumpas dicho pensamiento inmediatamente, y quiero que digas algo así como: “sé que puedo ser muy bueno para esto. Utilizaré mi experiencia y mis años para dominar esto en poco tiempo.” Si haces esto con todas tus vacas te darás cuenta que en poco tiempo habrás eliminado la mayoría de ellas, o en el mejor de los casos, todas.

Capítulo Siete – Una vida libre de vacas.

Cuando matas tus vacas aceptas la totalidad de la responsabilidad por tu éxito. Te conviertes en el arquitecto de tu propio destino.

Querer triunfar, tener buenas intenciones y contar con grandes sueños, por si solo no te conducirá al éxito. Por cada gran idea que terminó por cambiar la historia de la humanidad, han habido miles de ideas que nunca se materializaron, porque aquellos que las concibieron y quizás desarrollaron un plan para lograrlas, nunca pusieron ese plan en movimiento. Esa fue su vaca: La falta de acción.

Así que pon a rodar tus planes. No te detengas a pensar en todos los problemas que puedan surgir. Muchas personas planean y ensayan su propio fracaso al malgastar una gran cantidad de tiempo anticipando lo peor. Los grandes triunfadores aceptan los riesgos que generalmente acompañan la búsqueda del éxito. Esa valentía, ese arranque, ese entendimiento de que todo gran sueño demanda acción inmediata, es lo que distingue al ganador del perdedor.

En el juego de la vida o eres jugador o eres espectador. Los triunfadores son más que simples participantes, ellos están totalmente comprometidos con sus objetivos. Ellos no buscan excusas, ya que saben que sus amigos no las necesitan y sus enemigos no las creerán, de todas maneras.

Cualquiera que sea tu vaca, sólo existe una manera de matarla: La acción.

No permitas que la vida te pase de largo, libérate de tus vacas y cuídate de no engrosar las filas de aquellos que en la postrimería de sus vidas sólo podrán recordar con remordimiento y tristeza todas las oportunidades perdidas.

Encara todo nuevo reto; desafía las normas convencionales; rompe las reglas del juego. Las preocupaciones, los temores, los miedos y las dudas, no son más que vacas que tratan de robarte tus sueños y mantenerte atado a una vida de mediocridad. Recuerda que el enemigo del éxito no es el fracaso sino el conformismo.

Te invito a que aceptes el reto de vivir una vida libre de vacas, una vida donde todo sueño es posible y los únicos límites son aquellos que tú mismo impongas.

Acepta este reto y te aseguro que muy pronto tú y yo nos veremos en la cumbre del éxito.

— FIN —

Próximamente en http://www.elexito.com/, encontrarás estrategias específicas para matar tus vacas. Podrás realizar un test personalizado que te permitirá identificar tus vacas, descubrir por qué las tienes y cómo deshacerte de ellas para siempre.

¿Quién es el Dr. Camilo Cruz?

Es considerado como uno de los mejores escritores y oradores motivacionales de Latinoamerica. Sus más de 15 obras en libros, casetes, Cd y conferencias, han ayudado a miles de personas a vivir vidas plenas y balanceadas. Camilo Cruz es el fundador de el primer sitio en Internet dedicado al éxito, la excelencia y la motivación.

Sus libros incluyen La parábola del Triunfador – Cartas a mi hijo, La Arquitectura del Éxito, Actitud Mental Positiva, Poder Sin Límites en las Ventas y otros. La Vaca, como todas las obras del Dr. Cruz, muestra cómo, trabajando con objetivos específicos y con un plan de acción definido, se puede obtener resultados positivos e inesperados, logrando cualquier meta personal, profesional, o financiera que uno se proponga.

Si este libro inspiró en ti el deseo de eliminar tus vacas y empezar tu propio plan de acción para alcanzar tus sueños, busca los otros títulos del Dr. Cruz en http://www.elexito.com. Sus obras también están disponibles en librerías como Barnes & Noble, Books-a-Million, Sam’s Club y Borders (clic en http://www.tdee.com/editorial/donde_comprar.asp para ver librerias).

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VALORES PARA ALIMENTAR

Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida.

Él les dijo:

“¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!… ¡es entre dos lobos! Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor, avaricia,
arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, orgullo, egolatría, competencia, superioridad.

El otro es Bondad, Alegría, Paz, Amor, Esperanza, Serenidad, Humildad, Dulzura, Generosidad, Benevolencia, Amistad, Empatía, Verdad, Compasión y Fe.

Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes y dentro de todos los seres de la tierra. “

Lo pensaron por un minuto y uno de los niños le preguntó a su abuelo:

“¿Y cuál de los lobos crees que ganará?”

El viejo cacique respondió, simplemente…

“El que alimentes.”

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